Los matrimonios conformados por Carlos Vargas
y Lilliam Alvarado y Edgar Vargas y Lidilia Hernández, desde hace 27 y 29 años, respectivamente, viven hoy la vocación a la que sus hijas les
han adherido: la misión. No porque lo pidieran… simplemente, sus hijas escogieron la libre elección de
ingresar a la Orden de las Hermanas Combonianas.
Melissa Vargas Alvarado y Marta Vargas
Hernández partieron a México el pasado fin de semana al Postulantado. La
primera es profesora de inglés, la otra es comunicadora en la rama de
relaciones públicas.
Melissa tiene 25 años de edad, Marta 24.
Ambas comparten el amor por las misiones y en ambas se genera para sus familias
el vacío humano de su ausencia, pero la convicción de que los hijos pertenecen
a Dios.
El llamado
Marta lo dice claro: ella no quería ser
religiosa. Si bien 2009 marcó el inicio de la inquietud misionera que la llevó a
servir a la Juventud Comboniana y de alguna forma driblar su asistencia a la
casa de las Hermanas en Granadilla.
Melissa, igual que su compañera del
aspirantado desde 2013, tuvo una primera llamada gracias a un sacerdote
comboniano…“No me consideraba apta para ser religiosa,
tenía mis estereotipos, estaba enamorada de la misión pero pensaba en caminos
alternativos para ayudar”,explica Marta, oriunda de Guayabo.
Sus planes eran estudiar… apoyar a los
misioneros desde su profesión… tenía una beca al exterior y, fue cuando no pudo
decirle no a Dios. Atrás quedaron esos sueños porque no le hacían feliz. “Dios fue respetuoso con mi libertad de
decisión, empecé el discernimiento con las Hermanas Combonianas convencida de
que no sería religiosa, las hermanas fueron respetuosas”.
Por su lado, Melissa, sí desde pequeña se
hacía la idea, además de que su tío, Fray Edwin Alvarado, pertenece a la Orden
de Frailes Menores. “Había un cierto deseo, pero nunca había
estado en grupos de la Iglesia, Dios me fue llamando y descubrí que no hay mayor libertad que dejarse llevar por
el Espíritu de Dios y renunciar a querer controlarlo todo”, destacó quien nació
en Hatillo.
Ella aunque trabajó gracias a su profesión,
tampoco se sintió a gusto, “eso se siente dentro del corazón”.
Sin miedos
El sí definitivo tras dos años de aspirantado
en Granadilla, con experiencias de fines de semana compartiendo con las
Hermanas y, en el último año, un mes completo para discernir, se logra gracias
a descubrir el amor de Dios, como ellas lo cuentan. Si hubo dudas o miedos, él
les ha permitido apartarlos, si hay dolor, él les ha enseñado a sobrellevarlo.
“Desde el mundo, duele, dejar a la familia, a
la gente que más queremos, amigos, estudios… dejar la tierra, pero ese saber que Dios nos da a la fuerza y la
fortaleza para dejarlo todo y que eso no sea un dolor que uno no pueda
soportar.
A la vez, es hacer crecer a la familia, y
llevar a la familia a ser partícipe de esta vocación”, expresó Melissa.
Para Marta no fue diferente. “Me duele mucho dejar las personas y también
me dolió vencerme a mí misma, vencer el concepto que la sociedad había
construido sobre mí y lo que yo había construido sobre mí para entender que soy
una persona libre para vivir y feliz para vivir en la plenitud del amor que es
el Señor”.
Para ellas la misión es actual, pues San
Daniel Comboni va a los abandonados, porque se le llamó Profeta de África y porque lo que dijo se mantiene,
porque es urgente y porque lleva la misión de Cristo. Por eso, para ellas vale la pena la misión.
Tanto Melissa como Marta, que comparten
apellido y el gusto por la misión, se sienten alegres porque ambas reciben de
Dios ese don, como un regalo, como algo que se les da gratis, para compartir
gratis, según explicaron.
“Dios se fija en todos, en distintas vocaciones
y las más importante es la vocación a la santidad. A todos nos tiene un bello
regalo”, dijo Marta, quien junto a Melissa hacen suyas las palabras de San
Daniel Comboni: “Jesús, dándonos la cruz, nos ama”.
Eco Catòlico
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