lunes, 29 de octubre de 2018

CARTA DE LOS PADRES SINODALES A LOS JOVENES DEL MUNDO

En la escucha del “Cristo eternamente joven”, los Padres sinodales escriben a los jóvenes de todo el mundo una carta que fue leída al finalizar la misa de clausura del Sínodo de los Obispos: “Que nuestras debilidades no os desanimen, y los pecados no sean la causa de perder vuestra confianza. La Iglesia y el mundo necesitan urgentemente vuestro entusiasmo”.


Ciudad del Vaticano, Vatican News, 28 de octubre de 2018

Antes de finalizar la misa de clausura de la XV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el cardenal Lorenzo Baldisseri, leyó en nombre de los Padres sinodales, una carta dedicada a los jóvenes de todo el mundo, animándoles a seguir perseverando en el camino de la fe, a pesar de los obstáculos que surjan a lo largo de la vida:

“Que nuestras debilidades no os desanimen, y los pecados no sean la causa de perder vuestra confianza. La Iglesia y el mundo necesitan urgentemente vuestro entusiasmo. Sois el presente, sed el futuro más luminoso”, escriben.

A continuación, compartimos la traducción del texto integral en español:

Nos dirigimos a vosotros, jóvenes del mundo, nosotros como padres sinodales, con una palabra de esperanza, de confianza, de consuelo. En estos días hemos estado reunidos para escuchar la voz de Jesús, “el Cristo eternamente joven” y reconocer en Él vuestras muchas voces, vuestros gritos de alegría, los lamentos, los silencios.

Conocemos vuestras búsquedas interiores, vuestras alegrías y esperanzas, los dolores y las angustias que os inquietan. Deseamos que ahora podáis escuchar una palabra nuestra: queremos ayudaros en vuestras alegrías para que vuestras esperanzas se transformen en ideales. Estamos seguro que estáis dispuestos a entregaros con vuestras ganas de vivir para que vuestros sueños se hagan realidad en vuestra existencia y en la historia humana.

Que nuestras debilidades no os desanimen, que la fragilidad y los pecados no sean la causa de perder vuestra confianza. La Iglesia es vuestra madre, no os abandona y está dispuesta a acompañaros por caminos nuevos, por las alturas donde el viento del Espíritu sopla con leyómás fuerza, haciendo desaparecer las nieblas de la indiferencia, de la superficialidad, del desánimo.

Cuando el mundo, que Dios ha amado tanto hasta darle a su Hijo Jesús, se fija en las cosas, en el éxito inmediato, en el placer y aplasta a los más débiles, vosotros debéis ayudarle a levantar la mirada hacia el amor, la belleza, la verdad, la justicia.

Durante un mes hemos caminado juntamente con algunos de vosotros y con muchos otros unidos por la oración y el afecto. Deseamos continuar ahora el camino en cada lugar de la tierra donde el Señor Jesús nos envía como discípulos misioneros.

La Iglesia y el mundo tienen necesidad urgente de vuestro entusiasmo. Hacéos compañeros de camino de los más débiles, de los pobres, de los heridos por la vida.

Sois el presente, sed el futuro más luminoso.

Roma, 28 octubre 2018

sábado, 27 de octubre de 2018

MEXICO - MARCHA PACIFICA EN APOYO A LOS MIGRANTES





El día 23 de octubre a partir de las 16h 00, se realizó una marcha
nacional para luchar por los derechos de los migrantes y apoyar la caravana de hondureños en su travesía hacia Estados Unidos; en la que participó la hna. Isabelle que apoya el albergue de migrantes CAFEMIN (Casa de Acogida, Formación y Empoderamiento de Mujeres Migrantes y Refugiadas), que pertenece a la red REDODEM. 

Participaron diferentes organizaciones latinoamericanas presente en la ciudad de México, así como varios albergues que forman redes
sociales de apoyo a los migrantes, entre ellas está la REDODEM (Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes). Esta red está conformada por 23 albergues, casas, estancias, comedores y organizaciones que acompañan de manera directa a personas en contexto de movilidad, en 20 estados de México. La intención de la marcha es hacer visible la realidad migratoria, defender los derechos humanos, y concientizar los gobernadores a cumplir con su responsabilidad y sensibilizar a la sociedad a denunciar la injusticia por un mundo mejor. A saber, que todo ser humano tiene derecho a la vida, a la estabilidad, a la educación, al asilo, a la protección y a la seguridad que muchos migrantes no se benefician.

La marcha empezó de la embajada de los Estados Unidos (USA) hasta la secretaria de Relaciones exteriores. Esta marcha simboliza la solidaridad con nuestros hermanos/as migrantes a nivel mundial, pero espacialmente a la caravana hondureña. Estuvieron presentes estudiantes, niños, jóvenes, bomberos y periodistas de diferentes países: Estados Unidos, Honduras, Nicaragua, Guatemala y México. La marcha se realizó pacíficamente y se terminó a las 19h00.        

lunes, 22 de octubre de 2018

CARAVANA DE MIGRANTES: OBISPOS DE MÉXICO PIDEN "ACOGER Y PROTEGER" A HONDUREÑOS



Redacción ACI Prensa
Los obispos mexicanos hicieron un llamado a “acoger y proteger” a los hondureños que se dirigen desde Honduras hasta Estados Unidos en una nueva edición de la llamada “caravana de migrantes”.

En un comunicado publicado en el sitio web de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), dirigido a las autoridades y a todas las personas de buena voluntad, los obispos pidieron velar porque los migrantes “no caigan en manos de personas que, sin escrúpulos, se aprovechan de ellos de muchas maneras: trata de personas, esclavitud laboral, grandes cuotas para asegurarles llegar a su destino, etc.”.

“Por los hechos ocurridos en otras ocasiones, sabemos que los dirigentes de esta caravana no informan a las Casa de Migrantes ni a otros centros de atención a ellos; a veces llegan a parroquias que no tienen los elementos para atenderlos. Vienen personas, especialmente niños, con enfermedades gastrointestinales, personas con los pies dañados, y otros malestares del camino”, señalaron.

El comunicado está firmado por Mons. Guillermo Ortiz Mondragón, Obispo de Cuautitlán y encargado de la Dimensión Episcopal de la Pastoral de Movilidad Humana de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la CEM.

Se estima que alrededor de 2.000 personas, entre hombres, mujeres y niños, conforman la caravana de migrantes que partió de San Pedro Sula, en Honduras, el 13 de octubre. El objetivo es llegar a Estados Unidos, para dejar atrás la violencia y pobreza que sufren en su país natal.

El 16 de octubre, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aseguró a través de Twitter que su país “ha informado fuertemente al presidente de Honduras que si la gran caravana de personas que se dirigen a Estados Unidos no es detenida y regresada a Honduras, no se dará más dinero o ayuda a Honduras, ¡de efecto inmediato!”.

Para llegar a Estados Unidos, la caravana debe cruzar Guatemala y México.

En un boletín publicado el 15 de octubre, el Instituto Nacional de Migración de México (INM) advirtió a la caravana de migrantes que “de arribar a los puntos de internación de la frontera sur de México, el personal de migración deberá revisar el cumplimiento de los requisitos que marca la ley, y a quienes no los cumplan, no se les permitirá el ingreso”.

“México cuenta con una serie de medidas de facilitación y protección internacional que son empleadas por miles de centroamericanos cada año, sin embargo la ley no prevé ningún permiso para acceder al país sin cumplir con los requisitos y posteriormente dirigirse a un tercer país”, señaló el INM.


El INM aseguró que tiene un “compromiso irrestricto” con el “respeto a los derechos humanos de los migrantes”.

Los obispos mexicanos invitaron a las autoridades “a unirnos, en la conciencia de que reconocen la labor siempre inmediata de la Iglesia a favor de estos hermanos migrantes en tránsito”.

“Que la Sagrada Familia nos ilumine para cuidarlos en la persona de estos hermanos nuestros que buscan un mejor modo de vida, más digna, con oportunidades para su desarrollo integral y su inserción más plena en la sociedad”, concluyeron.


ÁFRICA/REP. CENTROAFRICANA - "NUESTRO DEBER ES DAR UNA ESPERANZA DE FUTURO A LOS JOVENES"

22 octubre 2018




(Agencia Fides) - "La juventud centroafricana está enferma", dijo el cardenal Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, capital de la República Centroafricana, al margen de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, que tiene como tema "Juventud, fe y discernimiento vocacional".

"Tres cuartas partes de mi país están ocupadas por rebeldes", explicó el cardenal. "Muchos jóvenes no han ido a la escuela desde 2013. Esta es una preocupación para mí y también para los otros pastores. Cuando vamos al interior del país, vemos que muchos jóvenes han tomado las armas, consumen drogas, muchos otros no tienen perspectivas de vida, y creo que es correcto lanzar gritos para que podamos intentar juntos ayudar a estos jóvenes.

El futuro de los jóvenes de República Centroafricana debería ser un tema central para la política local y para la propia comunidad internacional, dado que la mitad de la población es menor de 18 años. Lo mismo sucede con la Iglesia. El Cardenal Nzapalainga enfatizó que "la juventud centroafricana sueña con un día con llegar a ser adulta y responsable. Los jóvenes quieren ocupar un puesto, dar su aporte. Debemos alentar y canalizar esta energía que llamamos amor para que un día pueda ayudar a su país, a su grupo. Si no hacemos nada, enterramos un talento. Muchos jóvenes tienen sueños, y si no hacemos nada para ayudarlos, caen en el pesimismo".

El Cardenal Nzapalainga añade que los problemas a los que se enfrentan los jóvenes en África Central son comunes a los de otros países africanos. "Hay un problema fundamental de mal gobierno. Si creamos estructuras normales para ayudar a los jóvenes a realizar sus sueños, podrían quedarse en su país y trabajar. Cuando uno es jefe de Estado, es responsable de todos los grupos nacionales sin excepción", señaló el Cardenal, aludiendo a la perjudicial tendencia de la política en África a favorecer, una vez que llegan al poder, a su propio grupo étnico, tribal o regional, en detrimento de los demás. 
(L.M.) (Agencia Fides 22/10/2018)

JUNTO A LOS JÓVENES, LLEVEMOS EL EVANGELIO A TODOS


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2018

Queridos jóvenes, deseo reflexionar con vosotros sobre la misión que Jesús nos ha confiado. Dirigiéndome a vosotros lo hago también a todos los cristianos que viven en la Iglesia la aventura de su existencia como hijos de Dios. Lo que me impulsa a hablar a todos, dialogando con vosotros, es la certeza de que la fe cristiana permanece siempre joven cuando se abre a la misión que Cristo nos confía. «La misión refuerza la fe», escribía san Juan Pablo II (Carta enc. Redemptoris missio, 2), un Papa que tanto amaba a los jóvenes y que se dedicó mucho a ellos.

El Sínodo que celebraremos en Roma el próximo mes de octubre, mes misionero, nos ofrece la oportunidad de comprender mejor, a la luz de la fe, lo que el Señor Jesús os quiere decir a los jóvenes y, a través de vosotros, a las comunidades cristianas.

La vida es una misión

Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra. Ser atraídos y ser enviados son los dos movimientos que nuestro corazón, sobre todo cuando es joven en edad, siente como fuerzas interiores del amor que prometen un futuro e impulsan hacia adelante nuestra existencia. Nadie mejor que los jóvenes percibe cómo la vida sorprende y atrae. Vivir con alegría la propia responsabilidad ante el mundo es un gran desafío. Conozco bien las luces y sombras del ser joven, y, si pienso en mi juventud y en mi familia, recuerdo lo intensa que era la esperanza en un futuro mejor. El hecho de que estemos en este mundo sin una previa decisión nuestra, nos hace intuir que hay una iniciativa que nos precede y nos llama a la existencia. Cada uno de nosotros está llamado a reflexionar sobre esta realidad: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).

Os anunciamos a Jesucristo

La Iglesia, anunciando lo que ha recibido gratuitamente (cf. Mt 10,8; Hch 3,6), comparte con vosotros, jóvenes, el camino y la verdad que conducen al sentido de la existencia en esta tierra. Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, se ofrece a nuestra libertad y la mueve a buscar, descubrir y anunciar este sentido pleno y verdadero. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de Cristo y de su Iglesia. En ellos se encuentra el tesoro que llena de alegría la vida. Os lo digo por experiencia: gracias a la fe he encontrado el fundamento de mis anhelos y la fuerza para realizarlos. He visto mucho sufrimiento, mucha pobreza, desfigurar el rostro de tantos hermanos y hermanas. Sin embargo, para quien está con Jesús, el mal es un estímulo para amar cada vez más. Por amor al Evangelio, muchos hombres y mujeres, y muchos jóvenes, se han entregado generosamente a sí mismos, a veces hasta el martirio, al servicio de los hermanos. De la cruz de Jesús aprendemos la lógica divina del ofrecimiento de nosotros mismos (cf. 1 Co 1,17-25), como anuncio del Evangelio para la vida del mundo (cf. Jn 3,16). Estar inflamados por el amor de Cristo consume a quien arde y hace crecer, ilumina y vivifica a quien se ama (cf. 2 Co 5,14). Siguiendo el ejemplo de los santos, que nos descubren los amplios horizontes de Dios, os invito a preguntaros en todo momento: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?».

Transmitir la fe hasta los confines de la tierra

También vosotros, jóvenes, por el Bautismo sois miembros vivos de la Iglesia, y juntos tenemos la misión de llevar a todos el Evangelio. Vosotros estáis abriéndoos a la vida. Crecer en la gracia de la fe, que se nos transmite en los sacramentos de la Iglesia, nos sumerge en una corriente de multitud de generaciones de testigos, donde la sabiduría del que tiene experiencia se convierte en testimonio y aliento para quien se abre al futuro. Y la novedad de los jóvenes se convierte, a su vez, en apoyo y esperanza para quien está cerca de la meta de su camino. En la convivencia entre los hombres de distintas edades, la misión de la Iglesia construye puentes inter-generacionales, en los cuales la fe en Dios y el amor al prójimo constituyen factores de unión profunda.

Esta transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el “contagio” del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor. No se puede poner límites al amor: fuerte como la muerte es el amor (cf. Ct 8,6). Y esa expansión crea el encuentro, el testimonio, el anuncio; produce la participación en la caridad con todos los que están alejados de la fe y se muestran ante ella indiferentes, a veces opuestos y contrarios. Ambientes humanos, culturales y religiosos todavía ajenos al Evangelio de Jesús y a la presencia sacramental de la Iglesia representan las extremas periferias, “los confines de la tierra”, hacia donde sus discípulos misioneros son enviados, desde la Pascua de Jesús, con la certeza de tener siempre con ellos a su Señor (cf. Mt 28,20; Hch 1,8). En esto consiste lo que llamamos missio ad gentes. La periferia más desolada de la humanidad necesitada de Cristo es la indiferencia hacia la fe o incluso el odio contra la plenitud divina de la vida. Cualquier pobreza material y espiritual, cualquier discriminación de hermanos y hermanas es siempre consecuencia del rechazo a Dios y a su amor.

Los confines de la tierra, queridos jóvenes, son para vosotros hoy muy relativos y siempre fácilmente “navegables”. El mundo digital, las redes sociales que nos invaden y traspasan, difuminan fronteras, borran límites y distancias, reducen las diferencias. Parece todo al alcance de la mano, todo tan cercano e inmediato. Sin embargo, sin el don comprometido de nuestras vidas, podremos tener miles de contactos pero no estaremos nunca inmersos en una verdadera comunión de vida. La misión hasta los confines de la tierra exige el don de sí en la vocación que nos ha dado quien nos ha puesto en esta tierra (cf. Lc 9,23-25). Me atrevería a decir que, para un joven que quiere seguir a Cristo, lo esencial es la búsqueda y la adhesión a la propia vocación.

Testimoniar el amor

Agradezco a todas las realidades eclesiales que os permiten encontrar personalmente a Cristo vivo en su Iglesia: las parroquias, asociaciones, movimientos, las comunidades religiosas, las distintas expresiones de servicio misionero. Muchos jóvenes encuentran en el voluntariado misionero una forma para servir a los “más pequeños” (cf. Mt 25,40), promoviendo la dignidad humana y testimoniando la alegría de amar y de ser cristianos. Estas experiencias eclesiales hacen que la formación de cada uno no sea solo una preparación para el propio éxito profesional, sino el desarrollo y el cuidado de un don del Señor para servir mejor a los demás. Estas formas loables de servicio misionero temporal son un comienzo fecundo y, en el discernimiento vocacional, pueden ayudaros a decidir el don total de vosotros mismos como misioneros.

Las Obras Misionales Pontificias nacieron de corazones jóvenes, con la finalidad de animar el anuncio del Evangelio a todas las gentes, contribuyendo al crecimiento cultural y humano de tanta gente sedienta de Verdad. La oración y la ayuda material, que generosamente son dadas y distribuidas por las OMP, sirven a la Santa Sede para procurar que quienes las reciben para su propia necesidad puedan, a su vez, ser capaces de dar testimonio en su entorno. Nadie es tan pobre que no pueda dar lo que tiene, y antes incluso lo que es. Me gusta repetir la exhortación que dirigí a los jóvenes chilenos: «Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: Le haces falta a mucha gente y esto piénsalo. Cada uno de vosotros piénselo en su corazón: Yo le hago falta a mucha gente» (Encuentro con los jóvenes, Santuario de Maipú, 17 de enero de 2018).

Queridos jóvenes: el próximo octubre misionero, en el que se desarrollará el Sínodo que está dedicado a vosotros, será una nueva oportunidad para hacernos discípulos misioneros, cada vez más apasionados por Jesús y su misión, hasta los confines de la tierra. A María, Reina de los Apóstoles, a los santos Francisco Javier y Teresa del Niño Jesús, al beato Pablo Manna, les pido que intercedan por todos nosotros y nos acompañen siempre.

Vaticano, 20 de mayo de 2018, Solemnidad de Pentecostés.

Francisco

martes, 9 de octubre de 2018

SAN DANIEL COMBONI - DIES NATALIS

 10 Octubre


«Fundador de los combonianos, misioneros y misioneras. Apóstol de África donde llevó el beso de la paz de Cristo. Creyó firmemente que la cruz convertiría este gran continente en tierra de bendición y de salvación»

«¡África o muerte!» era el sentimiento apasionado de este insigne misionero; brotaba de sus entrañas y le confería el aliento para seguir luchando por Cristo. Siendo único superviviente de una numerosa familia de ocho hijos, a su madre, Domenica, no le tembló la voz cuando lo vio partir en 1857 después de su ordenación sacerdotal, diciéndole: «Vete, Daniel, y que el Señor te bendiga». Este gesto de suma generosidad nutría de bendiciones, junto a las divinas, la determinación irrevocable de este apóstol que había traído al mundo en Limone sul Garda, Italia, el 15 de marzo de 1831. El santo jamás lo olvidó; en las cartas que fue enviando desde su misión siempre agradeció a sus padres este desprendimiento. Ambos andaban escasos de recursos; servían como campesinos a un lugarteniente de la zona. Por eso Daniel tuvo que irse a Verona, donde el venerable Nicola Mazza había fundado un Instituto pensando en el futuro de jóvenes como él, pobres y con grandes dotes.

Fue allí donde ardió la llama de su vocación sacerdotal y misionera, teniendo en el horizonte de sus sueños apostólicos el continente africano. A ello contribuyó su amistad con un antiguo esclavo sudanés, con el que compartía las aulas. El 6 de enero de 1849 se comprometió ante Mazza a «consagrar su vida a Cristo en favor de los pueblos africanos hasta el martirio».Recibió la ordenación sacerdotal en Trento en 1854, de manos del obispo beato Juan Nepomuceno Tschiderer. Tres años más tarde, sin haber cumplido los 26 de edad, partió a África junto a cinco misioneros educados, como él, por Mazza. Llegó a Jartum, capital de Sudán, y allí se dio de bruces con la realidad: clima sofocante, riesgos de toda índole, miseria, abandono, enfermedad, etc. Todo ello habría invitado a espíritus pusilánimes a tirar la toalla, cediendo al temor, pero no a él, que se sintió espoleado a luchar con más fuerza que nunca. «Tendremos que fatigarnos, sudar, morir; pero al pensar que se suda y se muere por amor de Jesucristo y la salvación de las almas más abandonadas de este mundo, encuentro el consuelo necesario para no desistir en esta gran empresa», escribió a sus padres. Había sido un viaje difícil, plagado de sufrimientos y contrariedades, incluido el fallecimiento de la mayoría de los integrantes de esta misión. «¡África o muerte!»es la rúbrica instantánea de una fidelidad irrevocable a Cristo que brotó de sus labios ante el óbito de uno de los misioneros que le acompañaban, el padre Oliboni.

Volvió a Italia dispuesto a diseñar una nueva estrategia para llevar adelante la misión. El 15 de septiembre de 1864 en Roma oró sobre la tumba de san Pedro. Allí concibió lo que iba a ser conocido como el «Plan para la regeneración de África», sintetizado en la idea de «salvar África por medio de África». Su único objetivo era «el de llevar el beso de paz de Cristo»a esos pueblos del continente. Tres días más tarde dio a conocer su plan al papa Pío IX y al cardenal Barnabó, prefecto de Propaganda Fide. El pontífice le dijo: «¡trabaja como un buen soldado de Cristo!».Comboni comenzó efectuando viajes a distintos puntos de Europa en una labor de concienciación, estímulo y solicitud de ayuda para este proyecto, sin descuidar ningún estamento social. Sus interlocutores iban desde las autoridades eclesiales, la realeza y la poderosa aristocracia hasta las gentes sencillas y pobres. Para suscitar vocaciones y mantener vivo el espíritu misionero se sirvió también de un instrumento valiosísimo: la creación de una revista. En 1867 y en 1872 fundó los Misioneros Combonianos y las Misioneras Combonianas respectivamente. Consiguió que la Iglesia se involucrase en esta tarea misionera, especialmente con su Postulatumexpuesto en el Concilio Vaticano I.

Siempre desviviéndose por todos, no ocultaba su esfuerzo. Al escribir al padre Arnold Janssen desde Jartum en 1875 le decía con toda sencillez: «Perdóneme por escribirle en latín; pero es que no duermo por exceso de ocupaciones, y estoy agotado. Por este motivo no le escribo en alemán, porque necesitaría más tiempo y tendría que usar el diccionario…».En el estío de 1877 fue designado vicario apostólico de África central y consagrado obispo. En sus múltiples viajes al continente luchó contra la explotación inhumana, la esclavitud y toda clase de desmanes contra el pueblo que tanto amaba. Su fortaleza provenía de la cruz de Cristo, a la que se abrazó y de la que no despegaba sus ojos. Ocho días antes de morir dijo: «La cruz tiene la fuerza de transformar África en tierra de bendición y de salvación… A mí no me importa nada. Deseo solamente ser anatematizado por mis hermanos. Lo que me importa es la conversión de la ‘Nigricia’».

A unas horas de culminar su vida en la tierra aún le seguían otros problemas internos. Al rector de su seminario de Verona, padre Sembianti, le escribió desde Jartum el 8 de octubre de 1881, preocupado por un asunto de gobierno: «Gran asombro me ha producido el conocer la turbación de la superiora cuando recibió mi carta, en la que le pedía cosas concernientes a su deber, y que yo tenía derecho a pedir en conciencia. Si ello es así, como no quiero causar ninguna molestia, le aseguro a usted, y asegure usted a la superiora, que no la incomodaré más con ninguna carta o escrito. ¡Qué magníficas relaciones mantiene un Instituto donde deben florecer la caridad, la obediencia, la confianza y el respeto a la autoridad, qué magníficas relaciones, decía, mantiene el Instituto de las Pías Madres de la Nigricia con su fundador, que suda, se fatiga y no duerme, para sostenerlo y conseguir que no le falte de nada! ¡Qué espíritu del Señor!».Al tiempo, junto a la noticia de otras acciones apostólicas, le comunicaba haber bautizado a «catorce infieles, entre paganos y musulmanes». Dos días más tarde de haber firmado esta carta, justamente el 10 de octubre de 1881, partió al cielo. «Yo muero –vaticinó– pero mi obra, no morirá».Juan Pablo II lo beatificó el 17 de marzo de 1996, y lo canonizó el 5 de octubre de 2003.

COMBONI: EL MISIONERO QUE SOÑAMOS SER



5 Octubre 2003-2018

Hace 15 años, el 5 Octubre 2003, Juan Pablo II canonizaba en la plaza de San Pedro a Daniele Comboni, fundador de los misioneros combonianos, Arnold Janssen, fundador de los Verbitas, y a Josef Freinademetz.

“Se trata de una fecha que nos recuerda la gracia de la santidad comboniana vivida en primer lugar por Comboni y después por tantos misioneros combonianos, combonianas, seculares, laicos y laicas que han seguido sus huellas y viven hoy la misión como lugar en donde se realiza el deseo de Dios que quiere que todos seamos santos, como él es santo” (Enrique Sanchez).

La fiesta de San Daniel Comboni se celebra el 10 octubre, en el corazón del mes de las misiones, como ejemplo luminoso de la vocación misionera.

Una buena oportunidad para reavivar el sueño que está en el corazón de cada uno de sus seguidores. Vea enseguida cómo lo expresaban un grupo de combonianos durante una semana de espiritualidad dirigida por Mons. Vittorino Girardi (México, año comboniano 2001). (MJ)

El misionero que he soñado ser

En el mes de febrero del 2001, estuve en México para una semana de espiritualidad comboniana. En la Eucaristía de conclusión tuvimos la oportunidad de describir la imagen del misionero que un día habíamos querido ser: ¡Había sido nuestro sueño!, como lo había sido el de poder trabajar un día en las misiones más difíciles del Sudán del Sur, del Zaire (R.D. del Congo) o del Brasil Norte.

Lo que se había realizado de ese “sueño” pertenecía a la historia sagrada de cada uno, pero sentimos que nos hacía recordar y narrar nuestro sueño, para que no quedara sólo en el mundo de los sueños…

•  Soñé con ser un misionero dotado de una extraordinaria capacidad para desarrollar una actitud de constante acogida y de diálogo para con todos, haciendo memoria de que Jesús comía con los pecadores; con un esfuerzo sincero para superar todo etnocentrismo, aunque consciente de mi alteridad y entonces abierto a la aceptación y superación de inevitables conflictos.

•  Me proponía ser un misionero constante y tenaz en el estudio de los idiomas necesarios para mi apostolado, para entrar así con respeto y a la vez con tesón en el proceso de inculturación que nunca terminaría… Quería aprender bien el idioma (¡resultaron ser varios!) para entrar en el mundo en que el “otro” me acogía, para escucharle, para un encuentro efectivo y afectivo, para evangelizar.

•  Soñé con poder lograr una paciencia “infinita”, también por la insistencia de otros misioneros que me habían precedido, para esperar un crecimiento cristiano personal y social, que de hecho es lento y lleno de desilusiones, a veces hasta la exasperación. Quería afianzarme en la convicción tan comboniana, que el misionero trabaja para el porvenir, para la eternidad, y que no debe esperar gratificaciones, aunque deba agradecerlas cuando lleguen.

•  Desde los años primeros de formación, pero especialmente desde el tiempo de noviciado en que sentía a Dios tan cerca, me propuse lograr un profundo, sincero, ilimitado espíritu de perdón hacia quien hace sufrir y puede abusar de la bondad de los demás, bien sabiendo que su supuesto egoísmo, sus defectos, le hace sufrir a él, antes que a los demás… Sabía que perdonar es “re-crear”, es hacer nuevos a los demás, a las relaciones, a la comunidad, consciente de que el perdón es la una invención que Cristo trajo al mundo: no se conocía como la que él nos predicó y vivió.

•  Soñé con ser un misionero “bueno”, simplemente bueno y hasta me descubrí con el deseo de que un día pudieran ponerme, mi gente en la misión, el apodo de “el misionero bueno”… Había escuchado, en efecto, que la gente acostumbraba dar un apodo a nuestros misioneros, especialmente en África. Los cristianos habían puesto ese apodo a Juan XXIII, el “Papa bueno”, precisamente, yo lo hubiese querido para mi también. Esto me hubiese exigido ser amable con todos, sin exclusiones, atento, “hecho a todos”, con la mirada fija en Cristo buen pastor, “humilde de corazón”. Bien sabía que los destinatarios de mi trabajo, no me querían arrogante, autoritario, distante, orgulloso, resentido, irónico…

•  Ha sido mi “utopía”, mi sueño, ser un misionero sereno, contento, en paz, hasta alegre y de buen humor… pero todo esto no tanto como fruto de un “buen carácter” (¡bien sabía que no lo tenía!), sino como consecuencia del sentirme seguro en las manos de Dios mi Padre porque enriquecido extraordinariamente de la experiencia de su amor incondicional, de su perdón y con la certeza de haber sido llamado a pertenecer al grupo de los que Cristo escogió como “amigos”.

•  Mi sueño se iba aún más arriba. Quería lograr la firme disposición para compartir gozos y sufrimientos, hambre y pobreza de “mi pueblo”, arriesgando hasta la vida por él, como la arriesgaron, después de Comboni, no pocos de sus hijos e hijas. Quería yo también ser fiel hasta la muerte, como con tanta frecuencia lo repetía Comboni, ya con una fidelidad cronológica ya con una fidelidad “intensiva” con el martirio. Soñaba con gastarlo todo por la misión, para volver un día a mi Patria, si así Dios lo disponía, pobre, con la salud quebrantada, muy ligero de equipaje, dejándolo todo en la misión.

•  Le había pedido al Señor, y no sólo una vez, un corazón agradecido hacia todos, abierto a la amistad, sin pretensiones, sin ceder a la codicia o tentación de querer posesionarme de alguien (cooperadores, cooperadoras, alumnos, monaguillos, bienhechores…)

•  De una manera muy especial e insistente, había soñado con ser un misionero de “rodillas robustas”, para decirlo con Comboni. Lo que se decía, “un hombre de Dios”, o como lo dicen ahora, “que viéndolo haga pensar en Dios, lo irradie”, por su espíritu de oración y por la fiel práctica de la misma.

•  Y finalmente, soñaba con ser un obediente rebelde, como los santos, como Comboni precisamente, es decir, un cristiano y misionero que acepta y obedece a los ritmos de crecimiento propio y de los demás, que lee la voluntad de Dios en las “mediaciones”, pero que no se conforma con la mediocridad, que se rebela frente a los abusos y a los atropellos de lo más sagrado que es la persona, toda persona… y que entra con osadía en la lógica de Aquel que nos amó hasta el extremo.
Monseñor Victorino Girardi Stellin, m.c.c.j.
[Combonianum]

miércoles, 3 de octubre de 2018

HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA DE APERTURA DEL SINODO DE LOS OBISPOS SOBRE LOS JOVENES



El Papa Francisco abrió este miércoles 3 de octubre la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos centrada en los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional con una misa multitudinaria en la Plaza de San Pedro en la que animó a los Padres Sinodales a dejarse guiar por el Espíritu Santo para que los trabajos sinodales den abundantes frutos.

El Santo Padre pidió al Espíritu Santo “que nos dé la gracia de ser memoria operante, viva, eficaz, que de generación en generación no se deja asfixiar ni aplastar por los profetas de calamidades y desventuras ni por nuestros propios límites, errores y pecados, sino que es capaz de encontrar espacios para encender el corazón y discernir los caminos del Espíritu”.

A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

«El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14,26).

De esta forma tan sencilla, Jesús les ofrece a sus discípulos la garantía que acompañará toda la obra misionera que les será encomendada: el Espíritu Santo será el primero en custodiar y mantener siempre viva y actuante la memoria del Maestro en el corazón de los discípulos. Él es quien hace que la riqueza y hermosura del Evangelio sea fuente de constante alegría y novedad.

Al iniciar este momento de gracia para toda la Iglesia, en sintonía con la Palabra de Dios, pedimos con insistencia al Paráclito que nos ayude a hacer memoria y reavivar esas palabras del Señor que hacían arder nuestro corazón (cf. Lc 24,32). Ardor y pasión evangélica que engendra el ardor y la pasión por Jesús. Memoria que despierte y renueve en nosotros la capacidad de soñar y esperar.


Porque sabemos que nuestros jóvenes serán capaces de profecía y de visión en la medida que nosotros, ya mayores o ancianos, seamos capaces de soñar y así contagiar y compartir esos sueños y esperanzas que anidan en el corazón (cf. Jl 3,1).

Que el Espíritu nos dé la gracia de ser Padres sinodales ungidos con el don de los sueños y de la esperanza para que podamos, a su vez, ungir a nuestros jóvenes con el don de la profecía y la visión; que nos dé la gracia de ser memoria operante, viva, eficaz, que de generación en generación no se deja asfixiar ni aplastar por los profetas de calamidades y desventuras ni por nuestros propios límites, errores y pecados, sino que es capaz de encontrar espacios para encender el corazón y discernir los caminos del Espíritu.

Con esta actitud de dócil escucha de la voz del Espíritu, hemos venido de todas partes del mundo. Hoy, por primera vez, están también aquí con nosotros dos hermanos obispos de China Continental. Démosles nuestra afectuosa bienvenida: gracias a su presencia, la comunión de todo el Episcopado con el Sucesor de Pedro es aún más visible.

Ungidos en la esperanza comenzamos un nuevo encuentro eclesial capaz de ensanchar horizontes, dilatar el corazón y transformar aquellas estructuras que hoy nos paralizan, nos apartan y alejan de nuestros jóvenes, dejándolos a la intemperie y huérfanos de una comunidad de fe que los sostenga, de un horizonte de sentido y de vida (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49).

La esperanza nos interpela, moviliza y rompe el conformismo del «siempre se hizo así» y nos pide levantarnos para mirar de frente el rostro de nuestros jóvenes y las situaciones en las que se encuentran. La misma esperanza nos pide trabajar para revertir las situaciones de precariedad, exclusión y violencia a las que están expuestos nuestros muchachos.

Nuestros jóvenes, fruto de muchas de las decisiones que se han tomado en el pasado, nos invitan a asumir junto a ellos el presente con mayor compromiso y luchar contra todas las formas que obstaculizan sus vidas para que se desarrollen con dignidad. Ellos nos piden y reclaman una entrega creativa, una dinámica inteligente, entusiasta y esperanzadora, y que no los dejemos solos en manos de tantos mercaderes de muerte que oprimen sus vidas y oscurecen su visión.

Esta capacidad de soñar juntos que el Señor hoy nos regala como Iglesia, reclama, como nos decía san Pablo en la primera lectura, desarrollar entre nosotros una actitud definida: «No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás» (Flp 2,4). E inclusive apunta más alto al pedir que con humildad consideremos estimar a los demás superiores a nosotros mismos (cf. v. 3).

Con este espíritu intentaremos ponernos a la escucha los unos de los otros para discernir juntos lo que el Señor le está pidiendo a su Iglesia. Y esto nos exige estar alertas y velar para que no domine la lógica de autopreservación y autorreferencialidad que termina convirtiendo en importante lo superfluo y haciendo superfluo lo importante.

El amor por el Evangelio y por el pueblo que nos fue confiado nos pide ampliar la mirada y no perder de vista la misión a la que nos convoca para apuntar a un bien mayor que nos beneficiará a todos. Sin esta actitud, vanos serán todos nuestros esfuerzos.


El don de la escucha sincera, orante y con el menor número de prejuicios y presupuestos nos permitirá entrar en comunión con las diferentes situaciones que vive el Pueblo de Dios. Escuchar a Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escuchar al pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama (cf. Discurso durante el encuentro para la familia, 4 octubre 2014). Esta actitud nos defiende de la tentación de caer en posturas «eticistas» o elitistas, así como de la fascinación por ideologías abstractas que nunca coinciden con la realidad de nuestros pueblos (cf. J. M. BERGOGLIO, Meditaciones para religiosos, 45-46).

Hermanos: Pongamos este tiempo bajo la materna protección de la Virgen María. Que ella, mujer de la escucha y la memoria, nos acompañe a reconocer las huellas del Espíritu para que, «sin demora» (cf. Lc 1,39), entre sueños y esperanzas, acompañemos y estimulemos a nuestros jóvenes para que no dejen de profetizar.

Padres sinodales: Muchos de nosotros éramos jóvenes o comenzábamos los primeros pasos en la vida religiosa al finalizar el Concilio Vaticano II. A los jóvenes de aquellos años les fue dirigido el último mensaje de los padres conciliares. Lo que escuchamos de jóvenes nos hará bien volverlo repasar en el corazón recordando las palabras del poeta: «Que el hombre mantenga lo que de niño prometió» (F. HÖLDERLIN).

Así nos hablaron los Padres conciliares: «La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante “reforma de vida” se vuelve a vosotros. Es para vosotros los jóvenes, sobre todo para vosotros, porque la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir. La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras […]

En el nombre de este Dios y de su hijo, Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Luchad contra todo egoísmo. Negaos a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores» (PABLO VI, Mensaje a los jóvenes, con ocasión de la clausura del Concilio Vaticano II, 8 diciembre 1965).

AMÉRICA/MÉXICO - EL PRESIDENTE DE LAS OMP CONFIA A LA VIRGEN DE GUADALUPE EL AÑO MISIONERO


Ciudad de México (Agencia Fides) En la tarde del martes 2 de octubre, Fiesta de los Ángeles Custodios, en el marco del cincuentenario de la revista Ad Gentes y la apertura del Año de la Misión en México, monseñor Giovanni Pietro Dal Toso, Subsecretario de la Congregación para la Evangelización de los pueblos y presidente de las Obras Misionales Pontificias (POM), presidió la concelebración eucarística en la Basílica de Santa María de Guadalupe (ver Agencia Fides 1/10/2018).

“Estamos aquí para abrir el Año Misionero. La Iglesia es misionera y lo es precisamente porque todos los hombres pueden experimentar que Cristo murió y resucitó por él, para liberarlos de todo mal y darles auténtica vida. Así también podemos entender la presencia de los ángeles: cada uno de nosotros disfruta de una ayuda especial a través del ángel para recorrer los senderos del bien. El ángel nos instruye, nos aconseja, nos defiende, para que este bien pueda ser preservado en nosotros, la salvación que Dios ha adquirido para nosotros en Cristo, su Hijo”.

El arzobispo señaló que “Dios nos envía a sus ángeles para que nos sigan, nos acompañen, nos guarden. Los ángeles son instrumentos de Dios ... Dios es bueno con nosotros, no quiere nuestro mal, sino nuestro bien”. Para disfrutar de la protección de los ángeles “debemos ser como niños”, como dice el Evangelio. “Pero ser un niño ante Dios”, explicó, “no significa ser egoísta y hacer berrinches. Ser niños significa abrirnos con confianza a la acción de Dios en nosotros. Como el niño que está a salvo porque se siente en los brazos de su padre o madre, el cristiano está a salvo porque se siente en los brazos de Dios”.

La tercera consideración del obispo Dal Toso se refiere a la contemplación del rostro de Dios: los ángeles ya lo contemplan, el hombre lo desea. “Dios nos envía a sus ángeles para que nos acompañen en nuestro viaje hasta que también nosotros podamos contemplar el rostro de Dios y ser transformados en él”.

El presidente de las OMP concluyó la homilía con una invocación a la Virgen María: “la Santísima Virgen, que mostró su rostro aquí, Ella, la Reina de los ángeles que ha aceptado el anuncio del ángel, puede interceder, especialmente en este Año Misionero para que cada hombre pueda disfrutar de la protección de los ángeles y contemplar un día, para siempre, el rostro de Dios”. 
(SL) (Agencia Fides 2/10/2018)
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Texto integral de la homilía de Mons. Dal Toso (en español) -> http://www.fides.org/it/attachments/view/file/SE_Dal_Toso_Guadalupe_2102018.docx