martes, 24 de enero de 2017

ECUADOR: DESDE LAS LADERAS DEL CAYAMBE EL TERRITORIO Y LA ANCIANA CAMPESINA

(fuente vita nostra enero 2017)



(El Cayambe es un volcán del Ecuador situado en la Cordillera Central,
subgrupo de los Andes. Se encuentra en la provincia de Pichincha a unos 70 km al noroeste de  Quito. Es la tercera montaña en orden de altura de Ecuador. Mide 5.790 m, su última erupción fue en el 1786).

Para descubrir el sentido y la profundidad de las experiencias que he vivido, he querido antes volver a pensarlas y meditarlas , y ahora, 2 de enero del nuevo año 2017, las comparto. La Navidad ha pasado, pero permanece viva en nosotras, en la gente sencilla, en los numerosos niños encontrados en este mes de diciembre en varias regiones del país. 

Mientras nos acercamos a la casa más pobre de esta comunidad andina, los perros ladran, una vaca muge, dos gallinas escapan, se acerca un gatito blanco y… a la entrada del patio a un ternerito de piel negra extendido en el suelo. Tiene los ojos abiertos. “Está muerto” dicen los niños que me acompañan.   “¿De frio?” pregunto yo, dado que estamos a más de 3.500 m. de altura y, si la familia que vive allí tiene una barraca en lugar de una casa, ciertamente no  habrá mucho refugio para los animales.   “¡Puede haberlo matado un lobo!” comenta un niño; y esto podría ser verdad.
Finalmente sale Giorgina, la niña que ahora tiene 13 años y que co-nocí cuando tenía 10. A la misma pregunta sobre la muerte del ter-nerito, responde: “No tenía mamá”. “Debe haber muerto en el parto” añade enseguida Erika, otra de las niñas que había venido conmigo y que, como todos los niños de esta sierra, conoce los sufrimientos y realidades de la gente y también de los animales. 

Giorgina tiene solo una camiseta y los pies desnudos en las sandalias de goma… pero está alta; tiene una carita redonda, los ojos tristes y las mejillas quemadas por el frío. Le pregunto si todavía va a la escuela y me dice que si. Está en el tercer grado y, como los demás estudiantes, camina y camina, en el frio de las 5,30 de la mañana para llegar a tiempo a la escuela.  El mismo camino al regreso pero subiendo y, con tres hermanos, uno mayor y dos más pequeños. Algunos niños van y vienen con el autobús que cuesta 10 céntimos de dolar y que, multiplicado por cuatro, ida y vuelta, es un lujo impo-sible.  
Les dejamos una bolsa con cuatro panes, dos libras de arroz, una de azúcar, dos latas  pequeñas de atún y una de sardinas que hemos comprado en la única tienda, una cooperativa que han abierto Hace poco cerca de la Casa comunitaria.  

En la media hora que estuvimos allí, hicimos una oración y algunos cantos navideños, mientras que se ponía el sol y aire se volvía hela-do. Un niño con una gorrita roja que hojeaba una revista  que les había dado a los mayores  y también a él, porque me había dicho que sabía leer, le preguntaba con curiosidad a  algunos de sus compañeros: ¿Qué está escrito aquí? Y aquí? Y aquí? Hasta que, a un cierto momento, durante el camino, me tira de la chaqueta y me dice: “¿Porque no venís mas a menudo? ¡Queremos aprender a leer, a cantar, a rezar! ”  Y ha sido el mismo niño que, cuando he dicho: “Recemos por un papá de 38 años que está enfermo de cáncer” ha exclamado: “¡Que viva, que viva, Jesús haz que viva!”

También me ha impresionado, cuando, durante el camino ha pre-guntado: “¿Que día es hoy, sábado?” “No, mañana es sábado!” “Oh, entonces mañana por la noche viene mi papá! Ojalá venga, me hace mucha falta!” Otras dos niñas y un niño, han expresado también, con distintas palabras,  el deseo de que para Navidad volviese a casa su papá.  “¿Quien sabe si vendrá? Hace mucho que no llama, Trabaja muy lejos! Hace ya tres meses que nos ha dejado… no sabemos donde está!”
Luego, con la sencillez típica de estos niños, Jessica dice: “Que tris-teza! Que triste es vivir así, sin casa. Giorgina me contó que el dinero para la casa lo ganan, pero el papá bebe y… así no se consigue nunca construir una”.

La zona es agrícola, con plantaciones de cebollas, patatas, mellocos (tubérculos andinos) y otros productos que comercializan en los mercados de la capital. Las mujeres trabajan organizándose en cooperativas y hay un cierto progreso en la población que desde hace unos quince años se ha vuelto casi toda evangélica-protestante.
Y así, también esta tarde, y sobre todo en estos encuentros, además de la novena celebrada cada día con varias familias y niños en distintos caseríos, ayudamos a vivir el verdadero sentido de la Navi-dad. 

Tomo el último autobús que baja de esta  comunidad, la más alta de la zona (3.544 m.), a Buena Esperanza donde he pasado la semana y, después de la novena de  esta tarde, donde entre otras cosas he cantado “Tu scendi dalle stelle”, con la catequista programamos para el día siguiente la visita a la tía de su mamá, una anciana muy simpática que he conocido durante la semana santa. Me había im-presionado la fe de esta mujer vivísima de 84 años, que casi no conseguía caminar y sin embargo subía al autobús para ir al pueblo a la Misa. 
Eran las cuatro y media de la mañana, cuando la catequista, pasando cerca de la casa de la tía para ir a ordeñar las vacas al monte, ha visto la luz encendida y la puerta abierta: la tía acababa de pasar a mejor vida, serena, consciente y después de hacer varias recomen-daciones a sus hijos.  
Morir en Navidad puede parecer fuera de tiempo y de lugar, incluso para el ternerito que “no tenía mamá”. Y para tantos niños en situa-ciones dramáticas tan lejanos de nuestras Navidades. Y sin embargo la familia de la catequista aceptó el deseo de la anciana de alcanzar a su marido fallecido algunos años antes. Y ni siquiera para el párroco que tiene 40 comunidades de servir,  ha sido un problema. A las 10 de la mañana del 25 de diciembre ha celebrado la Misa de difuntos y a las 11, la de Navidad.

Por todo el mes de diciembre he tenido la oportunidad de preparar la Navidad con distintos grupos: chicas del liceo y universitarias, niños afro-descendientes del Valle del Rio Chota, otros niños afros del Rancho Alto, un barrio del norte de Quito y esta última semana entre la población indígena y campesina que vive en las laderas del Ca-yambe (5.790 m.), un coloso de hielo, un volcán que después de 230 años se está despertando, metiendo un poco de miedo y  haciendo saltar la alerta amarilla.

Pasada esta Navidad, solo puedo decir “gracias”, porque entre la gente sencilla, humilde y que hace tantos sacrificios, se está bien y se aprende mucho. 
Felicidades por el nuevo año  2017, bendecido por la bondad, paz y misericordia del Señor   Sor Daniela Maccari 

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