Este fin de semana iniciará en muchos países, especialmente en América Latina, las celebraciones que conmemoran el 35 aniversario del asesinato del arzobispo de San Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 y que será beatificado el 23 de mayo .
Oscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, departamento de San
Miguel, el 15 de agosto de 1917, día de la Asunción de la Virgen María. Su
familia era humilde y con un tipo modesto de vida. En el transcurso de su
infancia, en ocasión de una ordenación sacerdotal a la que asistió, Oscar habló
con el padre que acompañaba al recién ordenado y le manifestó sus grandes
deseos de hacerse sacerdote. Su deseo se convirtió en una realidad, ingresó al
Seminario Menor de San Miguel y a pesar de las desavenencias económicas que
pasaba la familia para mantenerlo en el seminario, Oscar avanzó en su idea de
entregar su vida al servicio de Dios y del pueblo.
Estudió con los padres Claretianos en el Seminario Menor de San Miguel desde 1931 y posteriormente con los padres Jesuitas en el Seminario San José de la Montaña hasta 1937. En el tiempo que estalló la II Guerra Mundial, fue elegido para ir a estudiar a Roma y completar su formación sacerdotal. Fue ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril de 1942. Regresó al país en agosto de 1943.
El padre Romero era un sacerdote sumamente caritativo y entregado. Dada
su amplia labor sacerdotal fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal
de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América
Central.
El 25 de abril de 1970, la Iglesia lo llamó a proseguir su camino pastoral elevándolo al ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador, que tenía a Mons. Luis Chávez y González como Arzobispo y como Auxiliar a Mons. Arturo Rivera Damas. Con ellos compartiría su desafío pastoral y en el día de su ordenación episcopal dejaba claro el lema de toda su vida: “Sentir con la Iglesia”.
Esos años como Auxiliar fueron muy difíciles para Monseñor Romero. No se adaptaba a algunas líneas pastorales que se impulsaban en la Arquidiócesis y además lo aturdía el difícil ambiente que se respiraba en la capital. También fue nombrado director del semanario Orientación, y le dio al periódico un giro notablemente clerical. Este “giro” le fue muy criticado por algunos sectores dentro de la misma Iglesia, considerándolo un “periódico sin opinión”.
El 25 de abril de 1970, la Iglesia lo llamó a proseguir su camino pastoral elevándolo al ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador, que tenía a Mons. Luis Chávez y González como Arzobispo y como Auxiliar a Mons. Arturo Rivera Damas. Con ellos compartiría su desafío pastoral y en el día de su ordenación episcopal dejaba claro el lema de toda su vida: “Sentir con la Iglesia”.
Esos años como Auxiliar fueron muy difíciles para Monseñor Romero. No se adaptaba a algunas líneas pastorales que se impulsaban en la Arquidiócesis y además lo aturdía el difícil ambiente que se respiraba en la capital. También fue nombrado director del semanario Orientación, y le dio al periódico un giro notablemente clerical. Este “giro” le fue muy criticado por algunos sectores dentro de la misma Iglesia, considerándolo un “periódico sin opinión”.
En El Salvador la situación de violencia avanzaba, con ello la Iglesia
se edificaba en contra de esa situación de dolor, por tal motivo la persecución
a la Iglesia en todos sus sentidos comenzó a cobrar vida. Luego de
muchos conflictos en la Arquidiócesis, la sede vacante de la Diócesis de
Santiago de María fue su nuevo camino. El 15 de octubre de 1974 fue nombrado
obispo de esa Diócesis y el 14 de diciembre tomó posesión de la misma. Monseñor
Romero se hizo cargo de la Diócesis más joven de El Salvador en ese tiempo.
En junio de 1975 se produjo el suceso de “Las Tres Calles”, donde un
grupo de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin
compasión alguna, incluso a criaturas inocentes. El informe oficial hablaba de
supuestos subversivos que estaban armados; las ‘armas’ no eran más que las
biblias que los campesinos portaban bajos sus brazos. En ese momento, los
sacerdotes de la Diócesis, sobre todos los jóvenes, pidieron a Monseñor Romero que
hiciera una denuncia pública sobre el hecho y que acusara a las autoridades
militares del siniestro. Poco a poco comenzó a enfrentarse a la dura realidad
de la injusticia social.
En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero
fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión
el 22 del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su
nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el seguro candidato a la
Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho años en la misma, Mons.
Arturo Rivera Damas: “la lógica de Dios desconcierta a los hombres”.
El 12 de marzo de 1977, se dio la triste noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, un sacerdote amplio, consciente, activo y sobre todo comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele, Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho: “un mártir dio vida a otro mártir”.
Su opción comenzó a dar frutos en la Arquidiócesis, el clero se unió en torno al Arzobispo, los fieles sintieron el llamado y la protección de una Iglesia que les pertenecía, la “fe” de los hombres se volvió en el arma que desafiaría las cobardes armas del terror. En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; esto lo llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la violencia, y sobre todo a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror.
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las marcadas oposiciones que su pastoral encontraba en los sectores económicamente poderosos del país y unido a ellos, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña, sumado a ello, el descontento de las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una revolución.
A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma. La “Iglesia Perseguida en El Salvador” se convirtió en signo de vida y martirio en el pueblo de Dios.
El 12 de marzo de 1977, se dio la triste noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, un sacerdote amplio, consciente, activo y sobre todo comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele, Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho: “un mártir dio vida a otro mártir”.
Su opción comenzó a dar frutos en la Arquidiócesis, el clero se unió en torno al Arzobispo, los fieles sintieron el llamado y la protección de una Iglesia que les pertenecía, la “fe” de los hombres se volvió en el arma que desafiaría las cobardes armas del terror. En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; esto lo llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la violencia, y sobre todo a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror.
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las marcadas oposiciones que su pastoral encontraba en los sectores económicamente poderosos del país y unido a ellos, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña, sumado a ello, el descontento de las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una revolución.
A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma. La “Iglesia Perseguida en El Salvador” se convirtió en signo de vida y martirio en el pueblo de Dios.
Este calvario que recorría la Iglesia ya había dejado rasgos en la
misma, luego del asesinato del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros
asesinatos más. Fueron asesinados los sacerdotes Alfonso Navarro y su amiguito
Luisito Torres, luego fue asesinado el padre Ernesto Barrera, posteriormente
fue asesinado, en un centro de retiros, el padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes
más. Por último fueron asesinados los padres Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macías.
La Iglesia sintió en carne propia el odio irascible de la violencia que se
había desatado en el país.
Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre tan sencillo y tan tímido como Mons. Romero se convirtiera en un “implacable” defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: “voz de los sin voz”. Muchas de los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons. Romero sufrió mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de alguna persona en contra de él. Ya a finales de 1979 Monseñor Romero sabía el inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se encontraban en el recinto de dicha Basílica.
Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre tan sencillo y tan tímido como Mons. Romero se convirtiera en un “implacable” defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: “voz de los sin voz”. Muchas de los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons. Romero sufrió mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de alguna persona en contra de él. Ya a finales de 1979 Monseñor Romero sabía el inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se encontraban en el recinto de dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía,
la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la
dureza de su denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido,
les ruego, les ordeno en nombre de Dios, CESE LA REPRESIÓN”.
El día lunes 24 de marzo de 1980 fue asesinado cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador. Un disparo hecho por un francotirador impactó en su corazón, momentos antes de la Sagrada Consagración. Al ser asesinado, tenía 62 años de edad. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Catedral Metropolitana de San Salvador.
El día lunes 24 de marzo de 1980 fue asesinado cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador. Un disparo hecho por un francotirador impactó en su corazón, momentos antes de la Sagrada Consagración. Al ser asesinado, tenía 62 años de edad. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Catedral Metropolitana de San Salvador.
El Papa Francisco aprobó la beatificación de Mons. Oscar Arnulfo Romero
por haber sido asesinado por “odio a la fe”.
Monseñor Óscar
Arnulfo Romero será beatificado en una ceremonia que se llevará a cabo en El
Salvador el próximo 23 de mayo de 2015.
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