viernes, 22 de mayo de 2015

"NECESITAMOS UN NUEVO PENTECOSTÉS"


El Espíritu Santo irrumpe en la comunidad de discípulos que se reúne en torno del Resucitado, de esa "ausencia" que es presencia viva y eficaz. El Espíritu de Dios llega a la asamblea congregada en nombre de su Hijo Jesús. Se realiza la promesa hecha: "Recibirán el poder y la fuerza del Espíritu Santo para que sean mis testigos en Jerusalén, Judea, Samaría y hasta los últimos rincones de la tierra" (Hch 1,8). La experiencia del Espíritu es ante todo una vivencia comunitaria.

Llega el Espíritu Santo para que la Iglesia naciente sea misionera, para que ésta vaya más allá de sus fronteras. Llega el Espíritu Santo para sacar del miedo a los discípulos de Jesús y empujarlos a dar testimonio de él con la palabra y los hechos. Viene el Santo Espíritu para hacer de la comunidad de Jesucristo una comunidad itinerante, en movimiento siempre, para que no se estanque en la autorreferencialidad y en los miedos que puedan impedir una renovación.

Tal fue la fuerza recibida del Espíritu que la Iglesia Primitiva no cesó de dar testimonio del Señor aún en medio de las persecuciones, de los azotes, de la prisión y del martirio. Los discípulos de Jesús habían encontrado la verdadera vida en Él y no podían quedarse con esta riqueza para sí solos, tenían que comunicarla a los demás para que todos tuvieran vida y vida en abundancia en Jesús (cfr. Jn 10,10).

El Espíritu Santo suscita en la Iglesia carismas y ministerios diversos para el bien común. Los dones que el Espíritu da no son para ser vividos individualmente, sino para el bien de todos: de la Iglesia, de la sociedad, del mundo entero. Por eso es importante preguntarnos qué dones nos da el Espíritu a cada uno para que sepamos ponerlos al servicio de todos.

La Iglesia es continuadora de la obra de Jesús, y sólo puede llevar adelante esta misión con la asistencia del Espíritu Santo. Con la fuerza del Espíritu la Iglesia proclama la Buena Nueva, construye el Reino de Dios aquí en la tierra, anuncia a los pobres la liberación y da libertad a los oprimidos, consuela a los tristes (cf. Lc 4,18-19).

¿Qué tanto dejamos que el Espíritu actúe dentro de nosotros mismos, bautizados? Cuando no le dejamos actuar, entonces los miedos nos paralizan, así como el egoísmo, el individualismo y el "qué me importa". Cuando la Iglesia tiene miedo al cambio, el Espíritu está atado; cuando la Iglesia se encierra en sí misma y no sale, el Espíritu está atado. "¡Necesitamos un Nuevo Pentecostés!", nos dice Aparecida. Sí, necesitamos ser renovados constantemente por el Espíritu de Dios para que Él nos ayude a crecer en la santidad de Jesucristo, una santidad que se manifiesta en el amor, en la entrega generosa, en el perdón incondicional, en atender a los enfermos, a los cautivos, a los pobres, en trabajar por la justicia, la paz y en la defensa de los derechos de los más débiles.

Necesitamos un Nuevo Pentecostés que nos saque de la apatía y nos haga personas en salida para ir a las periferias geográficas y existenciales y así dar testimonio de la vida que encontramos en el Resucitado.

¡VEN, ESPÍRITU SANTO!

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