miércoles, 24 de febrero de 2016

"AFROECUATORIANO: MISIONERO DE LA MISERICORDIA"

Bajo el lema:
Afroecuatoriano: Misionero de la Misericordia” y el tema:
Misericordiosos como el Padre” que acompañan a la Pastoral Afro durante todo el 2016, se ha realizado en Ibarra, del 19 al 21 de febrero, el primer EAPA (Encuentro del Grupo de Apoyo de la Pastoral afro) del año, con la presencia de unas cuarenta personas, entre las cuales,cuatro sacerdotes, religiosos, laicos, jóvenes provenientesde Esmeraldas, Carchi, Imbabura, Puyo, Guayaquil, Quito…

Momentos fuertes del encuentro han sido: la reflexión propuesta por la Conferencia Episcopal Ecuatoriana sobre el Año de la Misericordia presentada por el P. Marco Acosta; la revisión, evaluación y sugerencias para Las Líneas Pastorales de la Pastoral Afro;  el Programa del SEPAC (Secretariado de Pastoral afroamericana) en vista del EPA continental 2018 a celebrarse en Cali (Colombia); el DECENIO de los Pueblos Afrodescendientes (2015-2024) proclamado por las Naciones Unidas; los momentos litúrgicos enriquecidos por la espiritualidad afro de la sierra, de la costa y de Colombia; el compartir de las actividades y programas de las diversas circunscripciones las propuestas para vivir el Año de la Misericordia con obras concretas de solidaridad e identidad afro, la revisión de los miembros de los ámbitos (formación, espiritualidad afro, pastoral familiar, juvenil, social, y … la convivencia entre los participantes siempre rica de calor humano, de fe, de alegría y mucha, mucha música y canto para alabar a Dios y agradecerle el don de la vida.

Hna. Daniela Maccari


miércoles, 17 de febrero de 2016

PAPA FRANCISCO REZO POR LOS MIGRANTES EN LA FRONTERA DE MÉXICO Y ESTADOS UNIDOS

Ciudad de México, 17 Feb. 16 / 06:37 pm (ACI).- Antes de celebrar
su última Misa en territorio mexicano en la “antigua feria expo” de Ciudad Juárez, el Papa Francisco se detuvo para rezar por los migrantes ante una cruz colocada frente al Río Grande en la frontera entre México y Estados Unidos.

La cruz estaba rodeada de zapatos viejos y sandalias que simbolizan la dramática situación de los migrantes que muchas veces mueren tratando de cruzar hacia Estados Unidos.

El Pontífice se inclinó y oró en silencio durante unos minutos y dejó un ramo de flores.

Luego bendijo el lugar y dio la bendición a ambos lados de la frontera, especialmente a los migrantes que ya no pueden volver a México.
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ULTIMA MISA DEL PAPA FRANCISCO EN MEXICO (CIUDAD JUAREZ, CHIHUAHUA)



Homilía del Papa Francisco en Ciudad Juárez, su última Misa en México



CIUDAD JUÁREZ, 17 Feb. 16 / 07:02 pm (ACI).- La última
actividad del Papa Francisco en México antes de volver a Roma ha sido una multitudinaria Misa celebrada en esta ciudad fronteriza en donde hace hincapié en la dura realidad de los migrantes. A continuación la homilía completo del Papa Francisco:

La gloria de Dios es la vida del hombre, así lo decía San Ireneo en el siglo II, expresión que sigue resonando en el corazón de la Iglesia. La gloria del Padre es la vida de sus hijos. No hay gloria más grande para un padre que ver la realización de los suyos; no hay satisfacción mayor que verlos salir adelante, verlos crecer y desarrollarse. Así lo atestigua la primera lectura que escuchamos. Nínive, una gran ciudad que se estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la violencia y de la injusticia. La gran capital tenía los días contados, ya que no era sostenible la violencia generada en sí misma. Ahí aparece el Señor moviendo el corazón de Jonás, ahí aparece el Padre invitando y enviando su mensajero. Jonás es convocado para recibir una misión. Ve, le dice, porque «dentro de cuarenta días, Nínive será destruida» (Jon 3,4). Ve, ayúdalos a comprender que con esa manera de tratarse, regularse, organizarse, lo único que están generando es muerte y destrucción, sufrimiento y opresión. Hazles ver que no hay vida para nadie, ni para el rey ni para el súbdito, ni para los campos ni para el ganado. Ve y anuncia que se han acostumbrado de tal manera a la degradación que han perdido la sensibilidad ante el dolor. Ve y diles que la injusticia se ha instalado en su mirada. Por eso va Jonás. Dios lo envía a evidenciar lo que estaba sucediendo, lo envía a despertar a un pueblo ebrio de sí mismo.

Y en este texto nos encontramos frente al misterio de la misericordia divina. La misericordia rechaza siempre la maldad, tomando muy en serio al ser humano. Apela siempre a la bondad de cada persona aunque esté dormida, anestesiada. Lejos de aniquilar, como muchas veces pretendemos o queremos hacerlo nosotros, la misericordia se acerca a toda situación para transformarla desde adentro. Ese es precisamente el misterio de la misericordia divina. Se acerca, invita a la conversión, invita al arrepentimiento; invita a ver el daño que a todos los niveles se está causando. La misericordia siempre entra en el mal para transformarlo.

Misterio de nuestro Padre Dios, envía a su Hijo que se metió en el mal, se hizo pecado para transformar el mal. Esa es su misericordia. El rey escuchó, los habitantes de la ciudad reaccionaron y se decretó el arrepentimiento. La misericordia de Dios entró en el corazón revelando y manifestando lo que será nuestra certeza y nuestra esperanza: siempre hay posibilidad de cambio, estamos a tiempo de reaccionar y transformar, modificar y cambiar, convertir lo que nos está destruyendo como pueblo, lo que nos está degradando como humanidad. La misericordia nos alienta a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en cada corazón. La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra fortaleza.

Jonás ayudó a ver, ayudó a tomar conciencia. Acto seguido, su llamada encuentra hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de llorar. Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en que muchas veces se está sumergido. Son las lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión.

Así le pasó a Pedro, después de haber renegado de Jesús, lloró y las lágrimas le abrieron el corazón. Que esta palabra suene con fuerza hoy entre nosotros, esta palabra es la voz que grita en el desierto y nos invita a la conversión. En este Año de la Misericordia, y en este lugar, quiero con ustedes implorar la misericordia divina, quiero pedir con ustedes el don de las lágrimas, el don de la conversión.

Aquí en Ciudad Juárez, como en otras zonas fronterizas, se concentran miles de migrantes de Centroamérica y otros países, sin olvidar tantos mexicanos que también buscan pasar «al otro lado». Un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio de tráfico humano, de la trata de personas.

No podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas, ya sea por tren, por carretera e incluso a pie, atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos, caminos inhóspitos. Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global. Esta crisis, que se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que atrapa y destruye siempre a los más pobres. No sólo sufren la pobreza sino que además tienen que sufrir todas estas formas de violencia. Injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ellos, «carne de cañón», son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas. ¡Y qué decir de tantas mujeres a quienes les han arrebatado injustamente la vida!

Pidámosle a nuestro Dios el don de la conversión, el don de las lágrimas, pidámosle tener el corazón abierto, como los ninivitas, a su llamado en el rostro sufriente de tantos hombres y mujeres. ¡No más muerte ni explotación! Siempre hay tiempo de cambiar, siempre hay una salida, siempre hay una oportunidad, siempre hay tiempo de implorar la misericordia del Padre.

Como sucedió en tiempo de Jonás, hoy también apostamos por la conversión; hay signos que se vuelven luz en el camino y anuncio de salvación. Sé del trabajo de tantas organizaciones de la sociedad civil a favor de los derechos de los migrantes. Sé también del trabajo comprometido de tantas hermanas religiosas, de religiosos y sacerdotes, de laicos que se la juegan en el acompañamiento y en la defensa de la vida. Asisten en primera línea arriesgando muchas veces la propia vida suya. Con sus vidas son profetas de la misericordia, son el corazón comprensivo y los pies acompañantes de la Iglesia que abre sus brazos y sostiene.

Es tiempo de conversión, es tiempo de salvación, es tiempo de misericordia. Por eso, digamos junto al sufrimiento de tantos rostros: «Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor apiádate de nosotros… purifícanos de nuestros pecados y crea en nosotros un corazón puro, un espíritu nuevo» (cf. Sal 50/51,3.4.12). Y también deseo en este momento saludar desde aquí a nuestros queridos hermanos y hermanas que nos acompañan simultáneamente al otro lado de la frontera, en especial a aquellos que se han congregado en el estadio de la Universidad del Paso conocido como el Sun Bowl. Bajo la guía de su Obispo, Mons. Mark Seitz. Gracias a la ayuda de la tecnología podemos orar, cantar y celebrar juntos ese amor misericordioso que el Señor nos da y que ninguna frontera podrá impedirnos compartir, Gracias hermanos y hermanas, gracias hermanos y hermanas de El Paso por hacernos sentir una misma familia y una misma comunidad cristiana.

PAPA FRANCISCO SE ENCUENTRA CON REPRESENTANTES DEL MUNDO DEL TRABAJO

Papa en Juárez: Sueñen un México donde papá y mamá tengan tiempo para jugar con sus hijos.


CIUDAD JUÁREZ, 17 Feb. 16 / 04:03 pm (ACI).- Esta tarde el Papa Francisco se encontró con diversos representantes del mundo del trabajo en el gimnasio del Colegio de Bachilleres del Estado de Chihuahua.

En su discurso el Santo Padre invitó a los asistentes a “soñar un México, donde el papá pueda tener tiempo para jugar con sus hijos, donde la mamá pueda tener tiempo para jugar con sus hijos y eso lo van a lograr dialogando, negociando, perdiendo para que ganen todos”.

“Los invito a soñar el México que sus hijos se merecen; el México donde no haya personas de primera segunda o de cuarta, sino el México que sabe reconocer en el otro la dignidad de hijo de Dios”, alentó.

Al llegar al lugar donde se realizó el encuentro, el Santo Padre se dirigió al estrado e inmediatamente se produjo una ola entre la multitud, la que además empezó a vitorear “¡Francisco, hermano, ya eres mexicano!” y “¡Francisco, amigo, Juárez está contigo!”

El Santo Padre tomó asiento y recibió la bienvenida del Mons. Jorge Alberto Cavazos, Obispo Auxiliar de Monterrey y asesor de la dimensión de pastoral laboral, quien dijo “aquí hay representantes del mundo del trabajo en muchas de sus múltiples expresiones, esperamos sus palabras, que siempre nos fortalecen para lograr metas comunes favorables. ¡Santo Padre, muchas gracias!”.

Después de esto siguieron las palabras de un matrimonio formado por la secretaria Daisy Flores Gámez y su esposo Jesús Gurrola Varela, que aseguraron que la situación económica y los roles de trabajo actuales en Juárez “hacen cada vez más difícil la convivencia de la familia y el verdadero cuidado y atención a los hijos”.

La pareja habló también del “desgaste desproporcionado en el mundo laboral” y por ello pidieron al Santo Padre que ore e interceda por las familias, “que de alguno u otro modo estamos sometidos a las redes del mercado –no siempre justas-”.

Finalmente dieron las gracias al Sumo Pontífice quien se puso de pie, los abrazó y entregó un obsequio.

Después se acercó al estrado Juan Pablo Castañón, Presidente Nacional del Consejo Coordinador Empresarial, quien en su discurso resaltó que la sociedad debe concentrarse en el trabajo digno porque “la persona humana es principio y fin de cualquier actividad económica y política”.

El empresario añadió que las oportunidades recibidas por los empresarios como él “nunca pueden ser vistas como privilegios, sino como responsabilidades hacia los que menos tienen”.

Tras los testimonios, el Papa Francisco, recibió un regalo de cinco rosas de acero de parte de una familia de empresarios católicos, las cuales representan las cinco Eucaristías que celebró en su país.

También recibió un presente con productos regionales y un “don digital”, de parte de un trabajador y una directora de empresa, respectivamente.

Después de saludar personalmente y regalar algunos rosarios a las personas que le llevaron los obsequios, el Santo Padre agradeció a todos por “los desvelos, las alegrías y esperanzas que experimentan en sus vidas”.

El Santo Padre recordó a las organizaciones de trabajadores y gremios empresariales que “uno de los flagelos más grandes a los que se ven expuestos los jóvenes es la falta de oportunidades de estudio y de trabajo”.

Por ello el Papa Francisco respondió que “la mejor inversión es crear oportunidades” a fin de evitar que la pobreza generada sea “caldo de cultivo para que los jóvenes caigan en el círculo del narcotráfico y de violencia”.

El Santo Padre agregó que “la única pretensión de la Doctrina Social de la Iglesia es velar por la integridad de personas y estructuras sociales” cuando ésta se vea “amenazada o reducida a un bien de consumo”.

Finalmente el Sumo Pontífice aseguró que “el lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, sino que están al servicio del bien común”.

Tras terminar su discurso, el Papa Francisco les dio la bendición pidiendo la intercesión de la Virgen de Guadalupe y San José. Finalizando pidió que rezaran por él y después se retiró entre aplausos a su siguiente destino, el Seminario Conciliar de Ciudad Juárez.  Texto integral.

EL PAPA LLEGA A CIUDAD JUAREZ, CHIHUAHUA

Papa a presos en Juárez: No podía irme sin celebrar con ustedes Jubileo de la Misericordia


CIUDAD JUÁREZ, 17 Feb. 16 / 02:02 pm (ACI).- El Papa Francisco visitó hoy en la fronteriza Ciudad Juárez en el estado de Chihuahua, al norte del país, una cárcel que tiene en total 3.000 detenidos hombres y 200 mujeres.

En el discurso que les dedicó señaló que las cárceles “son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que ha ido abandonando a sus hijos” y animó a los reclusos a continuar hacia adelante mirando a Cristo en la cruz.

Ciudad Juárez es también famosa porque está junto a la frontera de Estados Unidos, donde se encuentra El Paso en el estado de Texas. El Santo Padre llegó a ella a las 9:54 a.m.

Desde el Aeropuerto Internacional “Abraham González”, el Papa se desplazó en papamóvil hasta la cárcel CERESO número 3. A lo largo de todo el recorrido y como en los días precedentes, miles de fieles recibieron con vítores el Pontífice, quien no dejó de sonreír.

En el encuentro participaron 700 reclusos, 250 familiares de internos y 50 miembros de la pastoral penitenciaria y 50 personas de la fiscalía responsable de las penitenciarías de Chihuahua.

La cárcel es parte de un proyecto de reinserción de los institutos penales del Estado de Chihuahua que destaca por el respeto a los estándares internacionales en materia carcelaria.

A su llegada, Francisco recorrió un pequeño espacio en el que se encontraba un pequeño grupo de familiares de reclusos y desde ahí alcanzó el patio principal del centro, donde fue acogido por el director de la prisión.

Después, y a bordo de un pequeño vehículo, el Santo Padre llegó hasta la capilla, donde saludó a las personas y los sacerdotes encargados de la pastoral penitenciaria. Tras un momento de oración ante una gran imagen de la Virgen de Guadalupe, anunciaron que el Papa dejaba como regalo para los detenidos un crucifijo de cristal de color verdoso, obra de un escultor italiano.

Francisco improvisó unas palabras: “les agradezco su presencia aquí, todo el bien que hacen aquí, mil maneras de hacer que no se ven y ustedes se van a encontrar con mucha fragilidad. Por eso quise traer esta imagen de lo más frágil, el cristal es lo más frágil, que se rompe enseguida y Cristo en la cruz es la fragilidad más grande de la humanidad, sin embargo esa fragilidad nos salva nos ayuda, nos hace ir adelante y nos abre la puerta de la esperanza”.

A continuación, descubrió una placa en recuerdo de la inauguración de la capilla “Cristo el Salvador”, momento en el que le explicaron que en ese momento le veían y escuchaban por televisión 230.000 presos mexicanos de todo el país y de California, Texas y Colorado, en los Estados Unidos, de 400 prisiones en total.

Después y al tiempo que una banda de música cantaba, el Papa accedió al estrado. Entonces, el Obispo de Ciudad Juárez, Mons. José Guadalupe Torres Campos leyó el saludo de Mons. Andrés Vargas Peña, responsable de la dimensión episcopal de pastoral penitenciaria, que no pudo estar presente por enfermedad.

La siguiente persona que habló fue Évila Quintana, una de las presas de este centro que contó su historia al Pontífice. Ella es madre soltera y nunca había hablado en público para proteger a su pequeña hija de las burlas de otros niños; sin embargo, cuando le dijeron que daría su testimonio al Papa Francisco en la cárcel de Ciudad Juárez, fue su niña de 8 años quien la alentó a seguir adelante y asegurándole que “es más, yo quiero estar contigo”.

“Su presencia en este centro es un llamado a la obra de misericordia para los internos de una prisión y sus familias. Es también un llamado para aquellos que se olvidaron de que aquí hay seres humanos pues aunque seamos transgresores de la ley del hombre y pecadores la mayoría de nosotros tenemos la esperanza de la redención y en algunos casos la voluntad de conseguirla”, dijo Quintana.

Después, Francisco saludó a 20 mujeres y 30 hombres distinguidos por su buena conducta. Ellos le regalaron una férula labrada a mano, un báculo de 1,95 metros y una vasija artesanal típica de una región.

Francisco les ofreció también un discurso plagado de cariño y ánimo dada la vida que tienen. “No quería irme sin venir a saludarlos, sin celebrar el Jubileo de la Misericordia con ustedes”, les dijo.

“Hoy, junto a ustedes y con ustedes, quiero reafirmar una vez más la confianza a la que Jesús nos impulsa: la misericordia que abraza a todos y en todos los rincones de la tierra. No hay espacio donde su misericordia no pueda llegar, no hay espacio ni persona a la que no pueda tocar”.

Francisco explicó entonces que “celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es recordar el camino urgente que debemos tomar para romper los círculos de la violencia y de la delincuencia”.

Además, alertó de que “nos hemos olvidado de concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra preocupación: la vida de las personas; sus vidas, las de sus familias, la de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de la violencia”.

“Es aprender a abrir la puerta al futuro, al mañana; es creer que las cosas pueden ser diferentes. Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es invitarlos a levantar la cabeza y a trabajar para ganar ese espacio de libertad anhelado”, resaltó el Papa.

Discurso del Papa a los presos

EL PAPA FRANCISCO ENCUENTRA A LOS JOVENES DE MEXICO EN MORELIA


El Papa Francisco está en Morelia y sostiene un encuentro con miles de jóvenes de todo México en el estadio “José María Morelos y Pavón”.   Este es su mensaje:

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Estadio “José María Morelos y Pavón”, Morelia
Martes 16 de febrero de 2016

Buenas tardes, a ustedes, jóvenes de México que están aquí, que están mirando por televisión, que están escuchando, y quiero enviar un saludo y una bendición a los miles de jóvenes que, en la Arquidiócesis de Guadalajara, están reunidos en la Plaza San Juan Pablo II siguiendo lo que está pasando aquí y, como ellos, tantos otros; pero, me mandaron a avisar que eran miles y miles allí, ya reunidos, escuchando. Así que somos dos estadios, la Plaza Juan Pablo de Guadalajara y nosotros aquí, y después, tantos otros por todos lados.

Yo conocía las inquietudes de ustedes, porque me habían hecho llegar el borrador de lo que más o menos iban a decir; es verdad, ¡para qué les voy a mentir! Pero a medida que hablaban también iba tomando nota de cosas que me parecían importantes para que no quedaran en el aire....

Les cuento que cuando llegué a esta tierra fui recibido con una calurosa bienvenida, y pude constatar ahí mismo algo que sabía desde hace tiempo: la vitalidad, la alegría, el espíritu festivo del Pueblo mexicano. «Ahorita»..., después de escucharlos, pero especialmente después de verlos, constato nuevamente otra certeza, algo que le dije al Presidente de la Nación en mi primer saludo. Uno de los mayores tesoros de esta tierra mexicana tiene rostro joven, son sus jóvenes. Sí, son ustedes la riqueza de esta tierra. ¡Cuidado! no dije la esperanza de esta tierra, dije: «Su riqueza».

La montaña puede tener minerales ricos que van a servir para el progreso de la humanidad, es su riqueza, pero esa riqueza hay que transformarla en esperanza con el trabajo, como hacen los mineros cuando van sacando esos minerales. Ustedes son la riqueza, hay que transformarla en esperanza. Y Daniela, al final, echó un desafío y, además, también nos dio la pista sobre la esperanza. Pero todos los que hablaron, cuando marcaban las dificultades, las cosas que pasaban, afirmaban una verdad muy grande: que «todos podemos vivir, pero no podemos vivir sin esperanza». Sentir el mañana, no podemos sentir el mañana si uno primero no logra valorarse, no logra sentir que su vida, sus manos, su historia, vale la pena. Sentir eso que Alberto decía, que «con mis manos, con mi corazón y con mi mente puedo construir esperanza». Si yo no siento eso la esperanza no podrá entrar en mi corazón. La esperanza nace cuando se puede experimentar que no todo está perdido, y para eso es necesario el ejercicio de empezar «por casa», empezar por sí mismo. No todo está perdido. No estoy perdido, yo valgo, yo valgo mucho. Les pido silencio ahora, cada uno se contesta en su corazón: ¿Es verdad que no todo está perdido? ¿Yo estoy perdido o estoy perdida? ¿Yo valgo? ¿Valgo poco, valgo mucho? La principal amenaza a la esperanza son los discursos que te desvalorizan, te van como chupando el valor y terminás como caído, ¿no es cierto?, como arrugado, con el corazón triste. Discursos que te hacen sentir de segunda, si no de cuarta. La principal amenaza a la esperanza es cuando sentís que no le importás a nadie o que estás dejado de lado. Esa es la gran dificultad para la esperanza: cuando en una familia o en una sociedad o en una escuela o en un grupo de amigos te hacen sentir que no les importás. Y eso es duro es doloroso, pero eso sucede, ¿o no sucede? ¿Sí o no? [Responden: «Sí»] ¡Sí, sucede! Eso mata, eso nos aniquila y esa es la puerta de ingreso para tanto dolor. Pero también hay otra principal amenaza a la esperanza –a la esperanza de que esa riqueza, que son ustedes, crezca y dé su fruto– y es hacerte creer que empezás a ser valioso cuando te disfrazás de ropas, marcas del último grito de la moda, o cuando te volvés prestigio, importante por tener dinero pero, en el fondo, tu corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor y eso tu corazón lo intuye. La esperanza está amordazada por lo que te hacen creer, no te la dejan surgir. La principal amenaza es cuando uno siente que tiene que tener plata para comprar todo, incluso el cariño de los demás. La principal amenaza es creer que por tener un gran «carro» sos feliz. ¿Es verdad esto, que por tener un gran carro sos feliz? [Responden: «No»].

Ustedes son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la Iglesia. Permítanme que les diga una frase de mi tierra: «No les estoy sobando el lomo». No los estoy adulando. Y entiendo que muchas veces se vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos continuamente expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror. Es difícil sentirse la riqueza de una nación cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno –Alberto, lo expresaste claramente–, posibilidades de estudio y capacitación, cuando no se sienten reconocidos los derechos que después terminan impulsándolos a situaciones límites. Es difícil sentirse la riqueza de un lugar cuando, por ser jóvenes, se los usa para fines mezquinos, seduciéndolos con promesas que al final no son reales, son pompas de jabón. Y es difícil sentirse ricos así. La riqueza la llevan adentro y la esperanza la llevan adentro; pero no es fácil, por todo esto que les estoy diciendo, que es lo que dijeron ustedes: faltan oportunidades de trabajo y de estudio –dijo Roberto y Alberto–.  Leer mas...
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ENCUENTRO EN MORELIA MICHOACAN CON SACERDOTES, RELIGIOSAS, RELIGIOSOS, CONSAGRADOS Y SEMINARISTAS

(www.vatican.va) 

Hay un dicho entre nosotros que dice así: «Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives y te diré
cómo rezas», porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas»; porque nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida. A rezar se aprende, como aprendemos a caminar, a hablar, a escuchar. La escuela de la oración es la escuela de la vida y en la escuela de la vida es donde vamos haciendo la escuela de la oración.

Y Pablo, a su discípulo predilecto Timoteo, cuando le enseñaba o lo exhortaba a vivir la fe le decía: «Acordáte de tu madre y de tu abuela». Y a los seminaristas, cuando entraban al seminario, muchas veces me preguntaban: «Padre, pero yo quisiera tener una oración más profunda, más mental». «Mirá, seguí rezando como te enseñaron en tu casa y después, poco a poco, tu oración irá creciendo, como tu vida fue creciendo». A rezar se aprende, como en la vida.

Jesús quiso introducir a los suyos en el misterio de la Vida, en el misterio de su vida. Les mostró –comiendo, durmiendo, curando, predicando, rezando– qué significa ser Hijo de Dios. Los invitó a compartir su vida, su intimidad y estando con Él, los hizo tocar en su carne la vida del Padre. Los hace experimentar en su mirada, en su andar la fuerza, la novedad de decir: «Padre nuestro». En Jesús, esta expresión, «Padre Nuestro», no tiene el «gustillo» de la rutina o de la repetición, al contrario, tiene sabor a vida, a experiencia, a autenticidad. Él supo vivir rezando y rezar viviendo, diciendo: «Padre nuestro».

Y nos ha invitado a nosotros a lo mismo. Nuestra primera llamada es a hacer experiencia de ese amor misericordioso del Padre en nuestra vida, en nuestra historia. Su primera llamada es a introducirnos en esa nueva dinámica de amor, de filiación. Nuestra primera llamada es aprender a decir «Padre nuestro», como Pablo insiste: «Abba».

¡Ay de mí sino evangelizara!, dice Pablo. ¡Ay de mí!, porque evangelizar —prosigue— no es motivo de gloria sino de necesidad (cf. 1 Co 9,16).

Nos ha invitado a participar de su vida, de la vida divina. Ay de nosotros –consagrados, consagradas, seminaristas, sacerdotes, obispos–, ay de nosotros si no la compartimos, ay de nosotros si no somos testigos de lo que hemos visto y oído, ay de nosotros… No queremos ser funcionarios de lo divino, no somos ni queremos ser nunca empleados de la empresa de Dios, porque somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: «Padre nuestro». ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida –desde el principio hasta el final, como nuestro hermano Obispo que murió anoche–, qué es la misión sino decir con nuestra vida «Padre nuestro»?

A este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los días. Y, ¿qué le decimos en una de esas invocaciones? No nos dejes caer en la tentación. El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos —de ayer y de hoy— no cayéramos en la tentación. ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar? ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de caminarla? ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros, una y otra vez, –nosotros llamados a la vida consagrada, al presbiterado al episcopado–, qué tentación podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovible?

Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y Frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. «¿Y qué le vas a hacer? La vida es así». Una resignación que nos paraliza, una resignación que nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar, nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.

Por eso, Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación...

lunes, 15 de febrero de 2016

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO EN EL ENCUENTRO CON LAS FAMILIAS EN MÉXICO

(www.aciprensa.com)

TUXTLA GUTIÉRREZ, 15 Feb. 16 / 05:56 pm (ACI).- El Papa Francisco preside un multitudinario encuentro con las familias en el estadio Víctor Manuel Reyna. A ellos les dirigió el siguiente discurso:

Queridos hermanos y hermanas

Doy gracias por estar en esta tierra chiapaneca. Que bueno estar en este suelo, es bueno estar en esta tierra, es  bueno estar en este lugar que con ustedes tiene sabor a familia, a hogar. Le doy gracias por sus rostros, por su presencia, le doy gracias a Dios por  palpitar de su presencia en la familia de ustedes. Y también gracias también a ustedes, familias y amigos, que nos han regalado sus testimonios, que nos han abierto las puertas de sus casas, las puertas de sus vidas; nos han permitido estar en sus «mesas» compartiendo el pan que los alimenta y el sudor frente a las dificultades cotidianas. El pan de las alegrías, de la esperanza, de los sueños y el sudor frente a las amarguras, la desilusión y las caídas. Gracias por permitirnos entrar en sus familias, en su mesa, en su hogar.

Manuel, antes de darte gracias por tu testimonio quiero dar gracias a tus padres, los dos, de rodillas, delante tuyo teniéndote el papel. Vieron qué imagen es esa? Los padres de rodillas ante el hijo que está enfermo. No nos olvidemos de esa imagen. Por ahí de vez en cuando ellos se pelean por algo. Qué marido y qué mujer no se pelean y más cuando se mete la suegra, que importa, pero se aman y nos han demostrado que se aman y son capaces por el amor que se tienen de ponerse de rodillas delante de su hijo enfermo. Gracias amigos por ese testimonio que han dado y sigan adelante. Y a vos Manuel gracias por tu testimonio y especialmente gracias por tu ejemplo. Me gustó esa expresión que usaste: «Echarle ganas», como la actitud que tomaste después de hablar con tus padres. Comenzaste a echarle ganas a la vida, echarle ganas a tu familia, echar ganas entre tus amigos; y nos has echado ganas a nosotros aquí reunidos. Gracias. Creo que es lo que el Espíritu Santo siempre quiere hacer en medio nuestro: echarnos ganas, regalarnos motivos para seguir apostando a la familia, soñando, construyendo, una vida que tenga sabor a hogar y a familia. ¿Le echamos ganas? Así me gusta, gracias.

Y es lo que el Padre Dios siempre ha soñado y por lo que desde los tiempos lejanos el Padre Dios ha peleado. Cuando parecía todo perdido esa tarde en el jardín del Edén, el Padre Dios le echó ganas a esa joven pareja y le dijo que no todo estaba perdido. Y cuando el Pueblo de Israel sentía que no daba más en el camino por el desierto, el Padre Dios le echó ganas con el maná. Y cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Padre Dios le echó ganas a la humanidad para siempre y nos mandó a su Hijo.



De la misma manera, todos los que estamos acá hemos hecho experiencia de eso, en muchos momentos y de diferentes formas: el Padre Dios le ha echado ganas a nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿Por qué?

Porque no sabe hacer otra cosa. Nuestro Padre Dios no sabe hacer otra cosa que querernos y de echarnos ganas y echarnos adelante. No sabe hacer otra cosa, porque su nombre es amor, su nombre es donación, su nombre es entrega, su nombre es misericordia. Eso nos lo ha manifestado con toda fuerza y claridad en Jesús, su Hijo, que se la jugó hasta el extremo para volver a hacer posible el Reino de Dios. Un Reino que nos invita a participar de esa nueva lógica, que pone en movimiento una dinámica capaz de abrir los cielos, capaz de abrir nuestros corazones, nuestras mentes, nuestras manos y desafiarnos con nuevos horizontes. Un reino que sabe de familia, que sabe de vida compartida.

En Jesús y con Jesús ese reino es posible. Él es capaz de transformar nuestras miradas, nuestras actitudes, nuestros sentimientos muchas veces aguados en vino de fiesta superficial. Él es capaz de sanar nuestros corazones e invitarnos una y otra vez, setenta veces siete, a volver a empezar. Él es capaz de hacer siempre todas las cosas nuevas.

Manuel, vos me pediste, que rezara por muchos adolescentes que están desanimados y andan por malos pasos. ¿Lo sabemos no? Muchos adolescentes sin ánimo, sin fuerza, sin ganas. Y, como bien dijiste, Manuel, muchas veces esa actitud nace porque se sienten solos, porque no tienen con quién hablar. Piénselo padres, piensen las madres, hablen con sus hijos y sus hijas o están siempre ocupados o apurados. Juegan con sus hijos y sus hijas? Y eso me recordó el testimonio que nos regaló Beatriz. Beatriz, vos dijiste: «La lucha siempre ha sido difícil por la precariedad y la soledad».

Cuántas veces te sentiste señalada, juzgada, esa. Pensemos en toda la gente, todas las mujeres, que pasan por lo que pasó Beatriz. La precariedad, la escasez, el no tener muchas veces lo mínimo nos puede desesperar, nos puede hacer sentir una angustia fuerte ya que no sabemos cómo hacer para seguir adelante y más cuando tenemos hijos a cargo. La precariedad no sólo amenaza el estómago (y eso es ya decir mucho eh), sino que puede amenazar el alma, nos puede desmotivar, sacar fuerza y tentar con caminos o alternativas de aparente solución, pero que al final no solucionan nada. Y vos fuiste valiente Beatriz, gracias. Existe una precariedad que puede ser muy peligrosa, que se nos puede ir colando sin darnos cuenta, es la precariedad que nace de la soledad y el aislamiento. Y el aislamiento siempre es un mal consejero.

Manuel y Beatriz usaron sin darse cuenta la misma expresión, ambos nos muestran cómo muchas veces la mayor tentación a la que nos enfrentamos es «cortarnos solos» y lejos de «echarle ganas»; esa actitud es como una polilla que nos corroyendo el alma, nos va secando el alma.

La forma de combatir esta precariedad y aislamiento, que nos deja vulnerables a tantas aparentes soluciones, como las que Beatriz mencionaba, se tiene que dar a diversos niveles. Una, es por medio de legislaciones que protejan y garanticen los mínimos necesarios para que cada hogar y para que cada persona pueda desarrollarse por medio del estudio y un trabajo digno. Por otro lado, como bien lo resaltaba el testimonio de Humberto y Claudia cuando nos decían que buscaban la manera de transmitir el amor de Dios que habían experimentado en el servicio y en la entrega a los demás. Leyes y compromiso personal son un buen binomio para romper la espiral de la precariedad.

Ustedes se animaron, ustedes rezan, y ustedes van con Jesús, y ustedes están integrados en la vida de la Iglesia. Usaron una linda expresión: comulgamos con el hermano débil, el enfermo, el necesitado, el preso. Gracias, gracias. Hoy en día vemos y vivimos por distintos frentes cómo la familia está siendo debilitada, cómo está siendo cuestionada. Cómo se cree que es un modelo que ya pasó y que ya  no tiene espacio en nuestra sociedad  y que bajo la pretensión de modernidad, propician cada vez más un modelo basado en el aislamiento.

Y se van inoculando en nuestras sociedades, se dicen sociedades libres, democráticas, soberanas, se van inoculando colonizaciones ideológicas que las destruyen y terminamos siendo colonias de ideologías destructoras de la familia, del núcleo de la familia que es la base de toda sana sociedad. Es cierto, vivir en familia no es siempre es fácil, muchas veces es doloroso y fatigoso, pero creo que se puede aplicar a la familia lo que más de una vez he referido a la Iglesia: prefiero una familia herida, que intenta todos los días conjugar el amor, a una familia y sociedad enferma por el encierro o la comodidad del miedo a amar.

Prefiero una familia que una y otra vez intenta volver a empezar, a una familia y sociedad narcisista y obsesionada por el lujo y el confort. Cuántos chicos tenés? No no tenemos porque claro nos gusta salir de vacaciones, ir al  turismo, quiero comprarme una quinta, el lujo y el confort y los hijos quedan y cuando quisiste tener uno ya se te pasó la hora. ¡Qué daño que hace eso! Prefiero una familia con rostro cansado por la entrega a familia con rostros maquillados que no han sabido de ternura y compasión.

Prefiero un hombre y una mujer don Aniceto y señora con el rostro arrugado por las luchas de todos los días que después de más de 50 años se siguen queriendo y ahí los tenemos y el hijo aprendió la lección, ya lleva 25 de casado. Esas son las familias, Cuando le pregunté recién a Don Aniceto y señora quién tuvo más paciencia en estos más de 50 años, los dos padre. Porque en la familia para llegar a lo que ellos llegaron hay que tener paciencia, amor, hay que saber perdonarse padre una familia perfecta nunca discute. Mentira, es conveniente que de vez en cuando discutan y que vuele algún plato, está bien. No le tengan miedo. El único consejo es que no terminen el día sin hacer las paces porque si terminan el día en guerra van a amanecer ya en guerra fría y la guerra fría es muy peligrosa en la familia porque va socavando desde abajo. las arrugas de la fidelidad conyugal. Gracias por el testimonio de quererse por más de 50 años, muchas gracias. Y hablando de arrugas para cambiar un poco el tema, recuerdo el testimonio de una gran actriz, actriz de cine, latinoamericana. Cuando ya casi sesentona comenzaba a mostrarse las arrugas de la cara y le aconsejaron una arreglito para poder seguir trabajando bien. Su respuesta fue muy clara: estas arrugas me costaron mucho trabajo, mucho esfuerzo, muchos dolor y una vida plena. Ni soñando las quiero tocar, son las huellas de mi historia y siguió siendo una gran actriz. En el matrimonio pasa lo mismo. La vida matrimonial tienen que renovarse todos los días. Como dije antes prefiero familias arrugadas con heridas, con cicatrices pero que siguen andando, porque esas heridas. esas cicatrices, esas arrugas son fruto de la fidelidad, de un amor que no siempre fue fácil. El amor no es fácil, no, pero es lo más lindo que un hombre y una mujer se pueden dar entre sí, el verdadero amor, para toda la vida. Me han pedido que rezara por ustedes y quiero empezar a hacerlo ahora mismo, con ustedes. Ustedes queridos mexicanos tienen un plus, corren con ventaja. Tienen a la Madre: la Guadalupana quiso visitar estas tierras y esto nos da la certeza de tener su intercesión para que este sueño llamado familia no se pierda por la precariedad y la soledad. Ella es Madre y está siempre dispuesta a defender nuestras familias, a defender nuestro futuro; está siempre dispuesta a «echarle ganas» dándonos a su Hijo. Por eso, los invito como están, sin moverse mucho a tomarse de las manos y decir junto a Ella: Dios te salve María…Y no nos olvidemos de San José, calladito, trabajador pero siempre al frente, siempre cuidando la familia. Gracias. Que Dios los bendiga y recen por mí.

Y ahora los quiero invitar en este marco de fiesta familiar, a que los matrimonios aquí presentes en silencio renueven sus promesas matrimoniales y los que están de novios pidan la gracia de una familia fiel y llena de amor. En silencio, renovar sus promesas matrimoniales y los que están de novios pedir la gracia de una familia fiel y llena de amor.

EL PAPA FRANCISCO LLEGO A CHIAPAS, SU TERCER DESTINO EN MEXICO

Por Walter Sánchez Silva
(fuente: www.aciprensa.com)



TUXTLA GUTIÉRREZ, 15 Feb. 16 / 09:59 am (ACI).- El Papa Francisco llegó al estado de Chiapas luego de un vuelo en un avión de Aeroméxico. Este lugar es el tercer destino que el Santo Padre visita en esta histórica visita a México que se extiende hasta el 17 de febrero.

El Santo Padre ha sido recibido en Tuxtla Gutiérrez por las autoridades locales y por los obispos de la zona mientras se escuchaba el canto de un coro de una gran cantidad de niños vestidos con trajes típicos, que repetía “¡Bienvenido, bienvenido a casa!” y “¡Bienvenido a casa Francisco!”


Al descender del avión saludó a algunos líderes de la sociedad civil y le colocaron una guirnalda de flores. El Papa se dio tiempo para compartir algunos momentos con las personas presentes en el aeropuerto.

El Pontífice abordará luego un helicóptero que lo llevará a San Cristóbal de las Casas en donde celebrará una Misa con las comunidades indígenas.

Luego almorzará con algunos miembros de estas comunidades y visitará la Catedral local.

Después volverá a Tuxtla Gutiérrez donde presidirá un Encuentro con las familias. Tras este evento regresará a Ciudad de México.

SANTA MISA CON LAS COMUNIDADES INDÍGENAS DE CHIAPAS


PAPA FRANCISCO EN ECATEPEC, ESTADO DE MEXICO

(fuente:www.vatican.va)

SANTA MISA EN EL ÁREA DEL CENTRO DE ESTUDIOS DE ECATEPEC

HOMILÍA DEL SANTO PADRE 

Domingo 14 de febrero de 2016


El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo litúrgico de la cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a prepararnos para celebrar la gran fiesta de la Pascua. Tiempo especial para recordar el regalo de nuestro bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios. La Iglesia nos invita a reavivar el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo dormido como algo del pasado o en un «cajón de los recuerdos». Este tiempo de cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre. Este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura y del amor.

Nuestro Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe tener un amor único, pero no sabe generar y criar «hijos únicos». Es un Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro, no del «padre mío» y «padrastro vuestro».

En cada uno de nosotros anida, vive, ese sueño de Dios que en cada Pascua, en cada eucaristía lo volvemos a celebrar, somos hijos de Dios. Sueño con el que han vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho de la historia. Sueño testimoniado por la sangre de tantos mártires de ayer y de hoy.

Cuaresma, tiempo de conversión, porque a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo ese sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira —escuchamos en el Evangelio lo que hacía con Jesús—, por aquel que busca separarnos, generando una familia dividida y enfrentada. Una sociedad dividida y enfrentada. Una sociedad de pocos y para pocos. Cuántas veces experimentamos en nuestra propia carne, o en la de nuestra familia, en la de nuestros amigos o vecinos, el dolor que nace de no sentir reconocida esa dignidad que todos llevamos dentro. Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta de que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces —y con dolor lo digo— somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la dignidad propia y ajena.

Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar.

Las tres tentaciones de Cristo.

Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados.



Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos.

Primera, la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta, ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos. Segunda tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la «fama» de los demás, y, «haciendo leña del árbol caído», va dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días: «Gracias te doy, Señor, porque no me has hecho como ellos».

Tres tentaciones de Cristo.

Tres tentaciones a las que el cristiano se enfrenta diariamente.

Tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado.

Vale la pena que nos preguntemos:

¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos? 

¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?

¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuente de alegría y esperanza?

Hemos optado por Jesús y no por el demonio. Si nos acordamos lo que escuchamos en el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino que le contesta con las palabras de Dios, con las palabras de la Escritura. Porque, hermanas y hermanos, metámoslo en la cabeza, con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar, porque nos va a ganar siempre. Solamente la fuerza de la Palabra de Dios lo puede derrotar. Hemos optado por Jesús y no por el demonio; queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío». ¿Se animan a repetirlo juntos? Tres veces: «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú eres mi Dios y en ti confío».

Que en esta Eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada día que «el Evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús», sabiendo que con Él y en Él «siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1).

SANTA MISA EN LA BASILICA DE GUADALUPE. HOMILIA DEL SANTO PADRE



Ciudad de México 
Sábado 13 de febrero de 2016

Escuchamos cómo María fue al encuentro de su prima Isabel. Sin
demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba en los últimos meses de embarazo.

El encuentro con el ángel a María no la detuvo, porque no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás.

Escuchar este pasaje evangélico en esta casa tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san Juan Diego. Así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Y, así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55). Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba a sí mismo como «mecapal, cacaxtle, cola, ala, sometido a cargo ajeno» (cf. ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza».

En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un pueblo. En ese amanecer, Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos.

En ese amanecer, Juancito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros, ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador.

Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos…

Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas, y decirle: «Madre, ¿qué puedo aportar yo si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.

Por eso creo que hoy nos va a hacer bien un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente, y decirle como lo hizo aquel otro hijo que la quería mucho:

«Mirarte simplemente, Madre,
dejar abierta sólo la mirada; 
mirarte toda sin decirte nada, 
decirte todo, mudo y reverente.

No perturbar el viento de tu frente; 
sólo acunar mi soledad violada, 
en tus ojos de Madre enamorada
y en tu nido de tierra trasparente.

Las horas se desploman; sacudidos, 
muerden los hombres necios la basura
de la vida y de la muerte, con sus ruidos.

Mirarte, Madre; contemplarte apenas, 
el corazón callado en tu ternura, 
en tu casto silencio de azucenas».

(Himno litúrgico)

Y en silencio, y en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón?» (cf. Nican Mopohua, 107.118). «¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (ibíd., 119).

Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.

¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar, como a Juanito; hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que esta triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios. Y, en silencio, le decimos lo que nos venga al corazón.

¿Acaso no soy yo tu madre? ¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos.

ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE MEXICO


(Fuente: www.vatican.va)

DISCURSO DEL SANTO PADRE
Catedral Metropolitana, Ciudad de México
Sábado 13 de febrero de 2016



Queridos hermanos:
Estoy contento de poder encontrarlos al día siguiente de mi llegada a este País al cual, siguiendo los pasos de mis Predecesores, también he venido a visitar.
No podía dejar de venir ¿Podría el Sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada sobre la «Virgen Morenita»?.
Les agradezco que me reciban en esta Catedral, «casita», «casita» prolongada pero siempre «sagrada», que pidió la Virgen de Guadalupe, y por las amables palabras de acogida que me han dirigido.


Porque sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano, entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la puerta. Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de vuestra gente que, en Ella, ha aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra voz puede hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me puede hablar la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos sus más recónditas esperanzas; Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus propios hijos.

Estoy contento de estar con ustedes aquí, en las cercanías del «Cerro del Tepeyac», como en los albores de la evangelización de este Continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo partiendo desde la Guadalupana. Cuánto quisiera que fuese Ella misma quien les lleve, hasta lo profundo de sus almas de Pastores y, por medio de ustedes, a cada una de sus Iglesias particulares presentes en este vasto México, todo lo que fluye intensamente del corazón del Papa.

Como hizo San Juan Diego, y lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego acojan cuanto brota de mi corazón de Pastor en este momento.

Una mirada de ternura
Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.

Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar.
Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de la evangelización del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha confiado a ustedes?

Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo Predecesor, que en México estaba como en su casa, ha querido recordar que «como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad» (Juan Pablo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida en México, 22 enero 1999).

Y en esta historia, el regazo materno que continuamente ha generado a México, aunque a veces pareciera una «red que recogía ciento cincuenta y tres peces» (Jn 21,11), no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas se recompusieron siempre.
Por eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo que promana del alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se puede, sin renunciar a la propia identidad, «descubrir la profunda verdad de la nueva humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios» (Id., Homilía en la Canonización de san Juan Diego).

Reclínense pues, hermanos, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro. El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta, ¿acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y pleno presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y solamente para redimir, ¿no es antídoto a la autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios?

Naturalmente, por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Sean por lo tanto Obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la «columna de fuego» que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor (cf. Ex 14,24-25).

El mundo en el cual el Señor nos llama a desarrollar nuestra misión se ha vuelto muy complejo. Y aunque la prepotente idea del «cogito», que no negaba que hubiese al menos una roca sobre la arena del ser, hoy está dominada por una concepción de la vida, considerada por muchos, más que nunca, vacilante, errabunda y anómica, porque carece de sustrato sólido. Las fronteras, tan intensamente invocadas y sostenidas, se han vuelto permeables a la novedad de un mundo en el cual la fuerza de algunos ya no puede sobrevivir sin la vulnerabilidad de otros. La irreversible hibridación de la tecnología hace cercano lo que está lejano pero, lamentablemente, hace distante lo que debería estar cerca.

Y, precisamente en este mundo así, Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente, la única que posee en el propio calendario una «fiesta del grito». A ese grito es necesario responder que Dios existe y está cerca a través de Jesús. Que sólo Dios es la realidad sobre la cual se puede construir, porque «Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano» (Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del CELAM, 13 mayo 2007).

En las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes «han visto al Señor» (cf. Jn20,25), de quienes han estado con Dios. Esto es lo esencial. No pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias. Introduzcan a sus sacerdotes enesta esa comprensión del sagrado ministerio. A nosotros, ministros de Dios, basta la gracia de «beber el cáliz del Señor», el don de custodiar la parte de su heredad que se nos ha confiado, aunque seamos inexpertos administradores. Dejemos al Padre asignarnos el puesto que nos tiene preparado (cf. Mt 20,20-28). ¿Acaso podemos estar de verdad ocupados en otras cosas si no en las del Padre? Fuera de las «cosas del Padre» (Lc 2,48-49) perdemos nuestra identidad y, culpablemente, hacemos vana su gracia.

Si nuestra mirada no testimonia haber visto a Jesús, entonces las palabras que recordamos de Él resultan solamente figuras retóricas vacías. Quizás expresen la nostalgia de aquellos que no pueden olvidar al Señor, pero de todos modos son sólo el balbucear de huérfanos junto al sepulcro. Palabras finalmente incapaces de impedir que el mundo quede abandonado y reducido a la propia potencia desesperada.

Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a los jóvenes. Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con aquella fuerza con la que muchos como ellos han dejado barcas y redes sobre la otra orilla del mar (cf. Mc 1,17-18), han abandonado bancos de extorsiones con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza (cf. Mt 9,9).

Me preocupan tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban» (Mt 6,20). Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.


La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas –formas de nominalismo– sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando a la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, la comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada. (Leer todo...)